CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO: 3

Padre Arnaldo Bazán

Jesús les respondió: “Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven ustedes: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!”(11,4-6).

Herodes Antipas era también un hombre débil, dominado más que por la mujer, por los vicios. Pero Herodías era una fiera cuyo odio por el Bautista la impulsó a aprovecharse de la ocasión de una fiesta de Herodes en la que bailó su hija Salomé, para, ante la oferta del tetrarca, pedirle la cabeza de Juan en una bandeja (ver Marcos 6,21-28).

Y esto porque Juan acusaba públicamente a Herodes de que estaba viviendo adúlteramente, ya que le había quitado la mujer a su hermano Filipo, lo que era un escándalo para los judios, el pueblo elegido de Dios.

Parece que, durante su estadía en la carcel, que estaba situada en la fortaleza de Maqueronte, a orillas del Mar Muerto, donde también vivía el tetrarca y su gente, algunos de los discípulos de Juan tenían acceso, ya que vemos al Bautista enviarles a preguntar a Jesús si era Él el que debía de venir o había que esperar a otro.

Esto podría extrañarnos, pues ya Juan, estando libre, había señalado a Jesús como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El evangelista Juan nos dice que fue en dos ocasiones, en días seguidos, la primera en público, y la segunda a dos de sus discípulos (ver Juan 1,9 y 1,36).

¿Pudo estar Juan confundido? ¿Pensaría que se había equivocado? Hoy en día la mayoría de los exegetas consideran que no los envió porque él dudara, sino para que sus discípulos se convencieran de que realmente Jesús era el Mesías esperado. Quizás había notado alguna duda en ellos y quiso que se convencieran por sí mismos.