PUEBLO
SACERDOTAL
P.
Arnaldo Bazán
La Liturgia es considerada el
ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.
Es en la Carta a los Hebreos donde
mejor vemos desarrollado el tema de Jesús como Sacerdote. Para acomodarse a la
terminología del Antiguo Testamento el autor lo llama Sumo Sacerdote.
Y explica que todo Sumo Sacerdote
se escoge siempre entre los hombres y se establece para que los represente ante
Dios y ofrezca dones y sacrificios por los pecados (5,1).
Efectivamente, la función no solo
del Sumo Sacerdote, sino del sacerdocio del Antiguo Testamento, era actuar en
el marco del único Templo, el de Jerusalén, como en los tiempos anteriores lo
habían hecho en la Tienda que era símbolo de la presencia de Dios en medio de
su pueblo.
Los sacerdotes actuaban en nombre
de Dios pero también representaban al pueblo. Eran los puentes entre Dios y los
hombres.
Para este cargo fueron designados
desde los comienzos en el desierto, Aarón, el hermano de Moisés, y sus hijos.
Pero fue también Dios quien designó al Mesías Jesús para con su presencia dar
por finalizado el sacerdocio de la Antigua Alianza, para abrir con su ofrecimiento
supremo el inicio de una Nueva.
Para significarlo se anuncia su
venida con estas palabras del salmo 110,4: "Tú eres sacerdote perpetuo en
la línea de Melquisedec".
Luego recordará que este
Melquisedec fue aquel sacerdote del Altísimo que se encontró con Abraham y lo
bendijo (7,1).
En Génesis 14,17-20 se dice que
Melquisedec usó pan y vino, quizás una figura remota de las especies que Jesús
usaría para, convertidos en su Cuerpo y su Sangre, renovar así, como memorial
perpetuo, su sacrificio redentor y su resurrección gloriosa.
Así lo vieron también algunos
santos Padres, como Clemente de Alejandría y san Cipriano. También en la I
Oración Eucarística se hace de ello mención. Aunque no así el autor de la Carta
a los Hebreos.
En ella más bien se recalca el
hecho de que Abrahan pagara a Melquisedec el diezmo
de todo lo que había conseguido como botín de guerra (7,4).
De ahí que deduzca que siendo
Melquisedec el que bendice a Abrahán, el depositario de las promesas (7,8), es
porque posee un sacerdocio superior al que luego tendrían los hijos de Leví, la
tribu sacerdotal.
Esto lleva a considerar con cuánta
mayor razón ha de ser superior el sacerdocio de Jesús. El suyo nada tiene que
ver con el instituido en el Antiguo Testamento, pues Jesús no pertenecía a la tribu
consagrada al servicio del Templo.
El pertenecía a la de Judá, no a la
de Leví. El suyo, pues, no es una continuación del sacerdocio del Antiguo
Testamento, aunque tampoco puede afirmarse que exista conexión alguna con el de
Melquisedec. Este solo es una figura del Mesías, sobre todo porque era al mismo
tiempo rey y sacerdote, nada menos que de Salem, que algunos identifican con Jerusalem.
El sacerdocio de la Antigua Alianza
era algo temporal, en espera del de Cristo, en el cual podrían participar todos
los que creyesen en El.
San Pedro, en su primera carta,
recordará a los cristianos: "Ustedes, en cambio, son linaje escogido,
sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para publicar
las proezas del que les llamó de las tinieblas a su maravillosa luz"
(2,9).
Por el Bautismo hemos sido
capacitados para participar del sacerdocio de Jesús, como dice el Catecismo de
la Iglesia Católica: "Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los
fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto
religioso cristiano" (LG11). Y también: "El sello bautismal capacita
y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva
en la Santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el
testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz" (N° 1273).
Este texto está inspirado en los
números 10 y 11 de la Constitución Conciliar "Lumen Gentium" sobre la
Iglesia, donde se comentan los textos bíblicos antes citados, al igual que
otros que completan estas ideas.
Y si bien este sacerdocio común de
los fieles hay que distinguirlo del que ejercen aquellos que reciben el
sacramento del Orden, no es menos cierto que unos y otros participan, aunque
cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo (Ver número 10).