COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO DÉCIMO: 14

Padre Arnaldo Bazán

"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí"(10, 37-38).

La religión es, para mucha gente, un suerte de intercambio con la divinidad.

Desde muy antiguo los primitivos habitantes del planeta dedujeron, con profunda intuición, que todo lo que veían y experimentaban en la tierra no podía ser producto del azar, sino que tenía que haber habido una intervención de alguien o de algunos que fuesen muy poderosos.

De ahí que comenzaran a divinizar incluso al sol, a la luna, hasta los planetas, y también las montañas, los árboles y algunos animales.

Esto suponía un rendir culto a tales dioses, pues pensaban que cuando todo iba bien era porque los mismos estaban contentos y cuando ocurría una tormenta, un terremoto u otro cataclismo de la naturaleza, era porque ellos estaban airados y necesitaban ser aplacados.

De ahí surgió la costumbre de ofrecer sacrificios a todos esos dioses falsos que ellos se habían inventado.

El verdadero Dios, el que se revela, según los relatos de la Biblia, primero a Adán y Eva y luego a Abel, a Caín, a Noé y a otros, tardó mucho en darse a conocer.

Las razones de esa tardanza no las conocemos, pero llegado el momento comienza una relación más cercana, en primer lugar, con Abraham, al que hace padre de un nuevo pueblo, que sería, por siglos, el único que adorara a un solo Dios.

Esto significó la realización de una Alianza entre el Creador y ese pueblo, el hebreo, más tarde conocido como israelita y posteriormente como judío.

Por medio de esta Alianza se establecen reglas y obligaciones y entre ambas partes. Comienza una relación comprometida.

Si esto fue así en el Antiguo Testamento, Jesús establece una Nueva Alianza entre Dios y toda la humanidad, en la que habría un mayor acercamiento, pero también un mayor compromiso mutuo.

Por eso El establece temprano que el primer mandamiento seguirá siendo: "Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6,5).

Esto es lo que significan las palabras que comentamos. Para un discípulo de Cristo no hay nadie que pueda estar por encima de El, que es lo mismo que decir, de Dios.

Al mismo tiempo cada uno está comprometido a hacer su parte, que es lo que significa cargar con la cruz de cada día y seguirlo.