COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO DÉCIMO: 9

Padre Arnaldo Bazán

“Cuando los persigan en una ciudad huyan a otra, y si también en ésta los persiguen, márchense a otra. Yo les aseguro: no acabarán de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre. No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!” (10,23-25).

Si bien Jesús no nos quiere cobardes, tampoco nos obliga a enfrentarnos a la muerte sin hacer nada por evitarla.

Por el contrario nos manda huir, si esto fuera posible. Nos quiere vivos para que transmitamos el mensaje, que es en definitiva nuestra misión en la tierra.

Si tenemos que morir por su causa, tendremos que aceptarlo antes que renegar de El, pero si huyendo podemos evitarlo, pues huimos.

El libro de los Hechos nos narra que después de la muerte de Esteban, el primero en morir por sus convicciones cristianas, se suscitó una persecución en Jerusalén contra la Iglesia, y todos, con excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria (8,1).

Esto trajo como consecuencia que la Buena Noticia se fue divulgando por esas regiones, como ocurrió con la predicación del diácono Felipe en Samaria. Dice el libro: Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres (8,12).

Jesús ha sido el único líder religioso - por algo era Dios -, que anunció de antemano a sus discípulos que serían perseguidos y que por su causa tendrían que sufrir incluso la muerte.

Es cierto que nos promete la vida eterna más allá de esta vida, pero el que quiera seguir a Jesús tiene que estar dispuesto al sufrimiento, no buscado expresamente, pero sí aceptado si no hay manera de evitarlo.

No olvidemos, sin embargo, que El nos dio el ejemplo. El fue el primero en sufrir y morir por nosotros.

Por otro lado, nos envió el Espíritu Santo para que estuviera con nosotros, sobre todo en los momentos de peligro, para que nos guiara y nos sostuviera en caso de tener que sufrir tortura y muerte.

Así podemos ver en las actas que se convervan de los mártires, cómo en medio del sufrimiento alababan a Dios y hasta entonaban cánticos en honor al Señor. Ellos sabían que el Espíritu no los abandonaría y los sostendría hasta el final.