Llevar el Evangelio desde Dios
P. Fernando Pascual
14-2-2021
Ser misioneros, transmitir el
Evangelio, solo es posible desde una íntima y concreta unión con Dios.
Sin esa unión, podemos caer en
el activismo, o en una visión horizontalista en la
que suponemos que bastan nuestras fuerzas para edificar el Reino.
En realidad, el Reino de Dios
es un don, que no podemos alcanzar con las energías humanas. El don se recibe,
se acoge, se custodia, se comunica gratuitamente.
Por eso necesitamos recordar
que si el Señor no construye la casa en vano se esfuerzan los albañiles (cf. Sal
127,1).
Cristo mismo recordó que sin
Él no podemos hacer nada, porque el sarmiento puede dar fruto únicamente si
está unido a la vid (cf. Jn 15).
San Juan de la Cruz explica a
aquellos que son “muy activos”, que más logran con la oración que con esfuerzos
sin orar. Estas son sus palabras:
“Adviertan, pues, aquí los que
son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras
exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a
Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí daría n, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse
con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto,
entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo
su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra
manera todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a
veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt
5,13), que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será
nada, cuando está cierto que las obras buenas no se pueden hacer sino en virtud
de Dios” (San Juan de la Cruz, “Cántico espiritual” (redacción B), anotaciones
a la canción 29, n. 3).
Llevar el Evangelio desde
Dios, colaborar en la llegada del Reino, es posible desde una oración que
genera esperanza y que nos dispone a recibir el don del Padre.
Lo explicaba bellamente
Benedicto XVI en su encíclica sobre la esperanza:
“Solo una esperanza así puede
en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. Ciertamente, no podemos
construir el reino de Dios con nuestras fuerzas, lo que construimos es siempre
reino del hombre con todos los límites propios de la naturaleza humana. El
reino de Dios es un don, y precisamente por eso es grande y hermoso, y
constituye la respuesta a la esperanza” (Benedicto XVI, “Spe
salvi”, n. 35).
Al abrirnos a Dios en la
oración, al apoyarnos en la esperanza, al ser transformados por la caridad, nos
convertimos en siervos inútiles pero disponibles (cf. Lc
17,10).
Entonces el Reino avanza, el
Evangelio se difunde, y muchos corazones pueden descubrir la gran verdad:
Cristo es el Salvador y Mesías que anhelan todos los hombres.