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AL EVANGELIO DE SAN MATEO
CAPÍTULO DÉCIMO: 8
Padre Arnaldo Bazán
“Entregará
a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres
y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que
persevere hasta el fin, ése se salvará”(10,21-22).
Esta profecía de Jesús se ha
cumplido plenamente a lo largo de los siglos.
Seguir a Cristo sigue siendo hoy,
como ayer, un signo de contradicción, como lo anunció aquel anciano Simeón el
día en que José y María fueron al Templo a cumplir con la obligación de
rescatar al que, delante de la gente, era el primogénito de ambos.
Simeón les bendijo y dijo a María,
su madre: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para
ser señal de contradicción...” (Lucas 2,34).
Esto significa que, delante de
Jesús, tenemos que definirnos.
No es voluntad de Dios que nadie se
pierda. Está claro en las Escrituras que Jesús vino a salvar a todos. Nadie,
pues, está excluido por voluntad divina.
¿Quién excluye a quién?
Sólo uno puede excluirse de la
salvación. Y esto ocurre cuando, en lugar de aceptar a Jesús como salvador, nos
declaramos sus enemigos y actuamos en contra suya.
Incluso aquellos que no conocen a
Cristo y, que por esa ignorancia, no deciden ser sus discípulos, pero están en
búsqueda de la Verdad y tratan de cumplir la voluntad de Dios en la forma en
que su conciencia les da a entender, están en el camino de salvación.
Ha ocurrido, y seguirá ocurriendo,
que algunos se consideran enemigos de Cristo porque no lo conocen. Puede llegar
a ellos un momento de conversión que cambie sus vidas, como le ha ocurrido a
tantos. Saulo, por ejemplo, llegó a ser un perseguidor de los cristianos, sólo
porque los consideraba miembros de una secta que trataba de destruir la
verdadera fe de los judíos. Ya sabemos como todo
cambió cuando Jesús se le dio a conocer en el camino a Damasco.
Hoy resulta difícil a muchos
convertirse al cristianismo. Mahoma, en su afán de hacer que su religión se
impusiera por encima de todas las otras, trató de conquistar, por la fuerza,
regiones enteras. Sus seguidores, a sangre y fuego, crearon grandes imperios
que amenazaron con dominar el mundo entero. Esa idea sigue estando en la mente
de muchos de ellos, de modo que si un musulmán intenta convertirse al
cristianismo, sus propios familiares tienen la obligación de matarlo. Lo mismo
que Cristo profetizó.
Arnaldo Bazán