COMENTARIOS
AL EVANGELIO DE SAN MATEO
CAPÍTULO DÉCIMO: 6
Padre Arnaldo Bazán
“Miren
que yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sean, pues, prudentes como las
serpientes, y sencillos como las palomas. Guárdense de los hombres, porque los
entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas; y por mi causa
serán ustedes llevados ante gobernadores y reyes, para que den testimonio ante
ellos y ante los gentiles”(10,16-18).
No recuerdo a quién se atribuye la
frase de que “el hombre es un lobo para el hombre”.
Ciertamente ya se usaba antes de
Cristo, pues la primera frase de los versículos que comentamos hace, en cierta
forma, referencia a lo mismo.
Y esto es especialmente cierto
cuando se trata de la religión. Por ella, y en nombre de Dios, han muerto
muchos millones de personas. Lo cual es una triste contradicción, pues de Dios,
en todas las religiones, se habla como del Supremo Bien.
El problema del ser humano es que
siempre quiere tener la razón, y cuando otro piensa distinto, no importa si se
trata de política, de religión, o hasta de deportes, nos enzarzamos en
discusiones, en enfrentamientos y a veces llevamos las cosas hasta el extremo,
eliminando o tratando de eliminar al que consideramos un adversario.
Que esto ocurra por política, en la
que casi siempre se encuentran incluidos el poder, el dinero o la lucha por la
supremacía, podría entenderse. Pero que por religión los hombres se lleguen
hasta odiar a muerte, es un contrasentido que demuestra lo irracional que a
veces puede ser nuestra conducta.
Además, que esto ocurra en
religiones primitivas, donde el conocimiento de Dios es casi nulo, y donde
privan las fuerzas de la naturaleza y las creencias supersticiosas sobre las misma, también podría comprenderse.
Pero que se dé incluso entre
cristianos, esto sí que es algo horroroso, terrible, pues es la negación misma
de la doctrina de Jesús.
Está bien que no estemos de
acuerdo, pues así somos los humanos, pero que no nos respetemos, no nos
aceptemos, no nos amemos, en nombre de Aquel que nos dio como primer mandamiento
el amor, es proclamar que ni somos cristianos ni dignos de llamarnos hijos de
Dios.
El Señor, que conoce bien nuestra
naturaleza, nos pone en guardia para que nos cuidemos de nosotros mismos, que
somos a veces nuestros peores enemigos, y también de aquellos que, por no
pensar como nosotros, pueden tratar de acallarnos, persiguiéndonos,
calumniándonos, o hasta matándonos, si estuviera en sus manos la posibilidad de
hacerlo. ¡Qué triste humanidad cuando no es capaz de superar su ferocidad y
peligrosidad!