COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO DÉCIMO: 3                                           

Padre Arnaldo Bazán

“A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: “No tomen camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos; dirijánse más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (10,5-7).

Podemos ver que de acuerdo a las instrucciones de Jesús, la Buena Noticia sería predicada, durante su estadía en la tierra, sólo a los judios.

Unicamente como excepción vemos a Jesús hacer algunos milagros en tierra de paganos, como a la mujer con flujo de sangre (Lucas 8,43-48) o a los endemoniados gadarenos (Mateo 8,28-34). También, como excepción, habló Jesús a la mujer samaritana e incluso a un grupo de sus coterráneos que creyeron en él por lo que la mujer les habia dicho acerca de Jesús (ver Juan 4, 4-42).

Eso, desde luego, no significaba que El había venido sólo a salvar a los judíos. En todo el Evangelio podemos ver que la venida de Jesús tenía como fin la salvación de toda la humanidad.

El mismo se encarga de decirnos: “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Juan 12,46-47).

Jesús quería que los apóstoles tuvieran claro que los primeros que debían recibir el mensaje eran los judíos, “ovejas perdidas” que necesitaban conocer lo que realmente estaban esperando, un Mesías que era salvación para todos y no para unos pocos, y que su salvación sería para toda la eternidad, y no para nuestra estancia en la tierra.

Pero luego no les dejaría dudas de que el ministerio de sus discípulos tendría que abarcar todo el mundo. Por eso, después de su resurrección, y antes de regresar junto al Padre, les manda: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado” (Marcos 16,15-16).

Esta noticia ha de ser predicada a todo el que quiera escucharla. Cada uno de los que la oigan tendrán que hacer su propia decisión. No se trata de imponer por la fuerza una creencia, pues Dios respeta nuestra libertad y aún para salvarnos quiere contar con nosotros.

Cada uno tiene la responsabilidad de aceptar o no la eterna felicidad que Jesús nos ganó muriendo por nosotros.