La conversión de un rabino
P. Fernando Pascual
7-2-2021
Israel Zolli
(su apellido inicialmente era Zoller) había nacido en
Brody, una ciudad de la actual Ucrania, el año 1881. Su familia era
profundamente judía; por eso, desde niño, creció en el amor a su pueblo y en el
conocimiento de las Escrituras.
Desde muy joven empezó a leer
los escritos de la Biblia cristiana. Eso le llevó a un primer encuentro con la
persona de Jesús. Israel Zolli pudo establecer un
puente continuo entre lo que creía y leía como judío y lo que encontraba en los
escritos de los primeros discípulos de Jesús.
Siente una especial admiración
por el mensaje de Cristo, algo realmente novedoso para él, y lo confronta
continuamente con lo que considera lo propio de la religión judía.
Tras haber estudiado en
diversas ciudades, entre ellas Florencia, se establece en Trieste, ciudad que
pasó a ser italiana en 1918. Ese mismo año Zolli es
nombrado rabino jefe de la comunidad judía de Trieste.
Sigue viva su admiración por
el Nazareno. Sin embargo, dar el paso para declarar a Jesús como Hijo de Dios
no resulta fácil. Concluir que la plenitud de la Torah
se encuentra en el pueblo que surge desde Cristo, la Iglesia católica, tampoco.
Zolli sigue sus estudios y sus reflexiones
interiores. Tiene también algunas breves experiencias que podríamos llamar
místicas, momentos en los que se sorprende dialogando con Jesús.
Decide dar a la luz buena
parte de sus estudios. En 1938 publica una obra titulada “El Nazareno”, en
donde hace una rica exégesis del Nuevo Testamento a la luz del pensamiento
arameo y rabínico.
En su camino intelectual, las
relaciones entre el libro del profeta Isaías y la historia de Cristo se le
hacen sorprendentemente vivas, hasta el punto de que se convence de que Jesús
el Nazareno es el Siervo doliente de Isaías y, también, el Mesías que actúa con
un poder que solo puede venir de Dios.
En “El Nazareno”, Zolli aborda las relaciones de Jesús con la Ley y llega a
una conclusión atrevida: “Jesús no tenía intención de abolir nada, pero con su
enseñanza deseaba completar y superar la justicia de los escribas y
fariseos. Por eso utiliza un lenguaje
lleno de metáforas y de sentimientos capaces de llegar al pueblo, más que a los
doctores de la ley”.
Su lectura del Nuevo
Testamento a la luz del Antiguo Testamento encuentra numerosos paralelismos y
continuidades, unidas a aspectos claramente novedosos. Un ejemplo se refiere a
la relación entre el Cordero Pascual y la Última cena de Jesús:
“El pan y el vino, que han
sido transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sustituyen al cordero
pascual, a la expresión del sacrificio de purificación y también de la familia
que se convierte, a través de la comunión, en un solo cuerpo”.
La situación del mundo se hace
más difícil. Hitler camina hacia el abismo de la guerra, y su odio hacia los
judíos se hace cada vez más concreto. En Italia, Mussolini, que al inicio
estuvo al margen del antisemitismo, sucumbe ante el espejismo de Hitler y
promueve unas absurdas leyes raciales.
Hay una anécdota que refleja
la personalidad de Zolli. Un profesor de historia del
arte, católico y fascista, organizó en Trento un ciclo de conferencias de
contenido antisemita. Sin dudarlo, el rabino logró contactarlo y le habló con
claridad inusitada:
“Pero Cristo ¿no era un judío
según la carne? ¿En la cruz acaso no pidió perdón también para sus enemigos?
Entonces, ¿cómo puede un buen católico organizar conferencias de este tipo, sin
darse cuenta de que está a punto de crucificar espiritualmente a Cristo, en su
santa voluntad y en sus enseñanzas? ¡El judío no es enemigo vuestro ni de
Cristo! ¡Dios es amor!”
Tras esta arenga, el profesor
tuvo el valor de cancelar las conferencias...
En 1940, Zolli
es llamado a Roma para convertirse en el Gran Rabino de una de las comunidades
judías más antiguas de la historia. Allá encuentra un ambiente muy difícil,
pues la comunidad ha sufrido divisiones por causa de la situación política en
Italia y en el mundo.
En 1943, tras una serie de
convulsiones que llevaron a la destitución de Mussolini, Hitler invadió la
mayor parte de Italia. Roma quedó bajo control nazi: la comunidad judía estaba
a merced de los caprichos del dictador alemán.
Zolli, destituido de su función como Gran Rabino,
hizo lo que pudo para salvar vidas de judíos. Pero su margen de acción era
mínimo, y pronto tuvo que esconderse al saber que los alemanes lo buscaban para
arrestarlo, como habían arrestado a otros rabinos y a miles de judíos
italianos, muchos de los cuales morirían en los campos de concentración.
Pío XII promovió un gran
número de acciones entre los católicos para salvar las vidas de miles de
judíos. Al terminar la ocupación alemana, Zolli
publicará una obra titulada “Antisemitismo” (1945), en la que escribirá lo
siguiente:
“La obra extraordinaria de la
Iglesia a favor de los judíos de Roma es solo un ejemplo de la inmensa ayuda
desarrollada bajo los auspicios de Pío XII y de los católicos de todo el mundo,
con un espíritu de humanidad y de caridad cristiana incomparables. La descripción
de esta obra en toda su vastedad constituirá una de las páginas más refulgentes
de la historia humana, un verdadero triunfo de la luz que emana de Jesucristo”.
Volvemos por un momento al año
1944. El día de Yom Kippor
(en el mes de octubre, en una Roma ya liberada), Zolli
va a la sinagoga para la celebración. Hacia el final del servicio, el rabino
está acompañado por dos asistentes. De repente, ocurre algo inesperado. Así
describió los hechos el mismo Zolli:
“De pronto, con los ojos del
espíritu, vi una gran pradera, y en pie, en medio de la hierba verde, estaba
Jesucristo, revestido con un manto blanco; sobre Él, el cielo estaba azul. Ante
aquella visión experimenté una paz indescriptible. Y entonces, en el fondo del
corazón, escuché estas palabras: ‘Estás aquí por última vez. De ahora en
adelante me seguirás a mí’. Le acogí con la máxima serenidad y mi corazón
respondió inmediatamente: ¡Así sea, así será, así debe ser!”
El rabino duda si no habrá
tenido algo parecido a una alucinación. Por la noche, ya en casa, su esposa
Emma le dice: “Hoy, mientras estabas ante el Arca y la Torah,
me ha parecido ver a Jesucristo junto a ti. Estaba vestido de blanco y tenía
una mano sobre tu cabeza, como si te bendijera”.
Su hija Miriam estaba en su
habitación. Alza la voz, su padre acude a ver qué le pasa, y ella explica: “Estáis
hablando de Jesucristo, respondió. ¿Sabes, papá? Esta tarde he soñado con una
figura de Jesús, muy alto, y todo de blanco, como de mármol, pero no recuerdo
nada más”.
Ya no hay dudas: el Nazareno
lo invita a un paso decisivo, a la conversión completa, a la fe en Jesús que le
llevará a ser parte de la Iglesia católica.
Zolli dimite como rabino de Roma y se prepara para
conocer más la fe católica. El día 13 de febrero de 1945 (la guerra todavía no
ha terminado), recibe el bautismo con su esposa. Adopta como nombre Eugenio, en
homenaje al Papa Pío XII.
Es fácil imaginar la
conmoción, la sorpresa, las críticas, ante este acontecimiento, en un momento
en el que el mundo empieza a conocer la magnitud del holocausto de un número
incontable de judíos. Pero Zolli no siente que se
aleja de sus hermanos: simplemente su fe en Cristo es la culminación de su
camino como parte del pueblo elegido.
Así lo explica con sus
palabras: “Yo no he renunciado a nada. El cristianismo es el cumplimiento de la
Sinagoga. La Sinagoga era una promesa y el cristianismo es el cumplimiento de
esta promesa. La Sinagoga señalaba al cristianismo; el cristianismo presupone
la Sinagoga. Ved, por tanto, cómo la una no puede existir sin el otro. En
realidad, yo me he convertido al cristianismo viviente”.
Ante la pregunta de si la
conversión sea o no sea una infidelidad, Zolli
responderá en sus memorias:
“Debemos considerar sobre todo
que la fe es una adhesión de nuestra vida y de nuestras obras a la voluntad de
Dios, no a una tradición, a una familia o a una tribu. Los judíos que se
convierten hoy, como en tiempos de San Pablo, llevan todas las de perder desde
el punto de vista material, y todas las de ganar desde el de la Gracia”.
Otro texto profundiza más en
lo que significa ese momento tan decisivo en la vida de quien se ha encontrado
con Cristo:
“La conversión no consiste en
responder a una llamada de Dios. Un hombre no elige el momento de su
conversión, sino que es convertido cuando recibe esta llamada de Dios. Entonces
no se puede hacer más que obedecer. (...) No hay nada premeditado, no hay nada
preparado: solo estaba el Amante, el Amor, el Amado. Era un movimiento
proveniente del Amor, una experiencia vivida a la luz temperada del Amor”.
Empieza una nueva vida. En
medio de las críticas y del rechazo de muchos con los que antes compartía la fe
de Israel, siente el gozo de haber sido encontrado. Además, considera que la
plenitud del cristianismo está en la Iglesia católica.
Frente a los seguidores de las
reformas de Lutero y de otros que dejaron la Iglesia católica, Eugenio Zolli respondía:
“La Iglesia católica fue
reconocida por el mundo cristiano como la verdadera Iglesia de Cristo durante
quince siglos consecutivos. Y nadie puede llegar al final de estos 1.500 años y
decir, solo entonces, que la Iglesia católica no es la Iglesia de Cristo, sin
ponerse en un serio apuro. Puedo admitir la autenticidad de una sola Iglesia,
aquella anunciada a todas las criaturas por mis propios antepasados, los doce
apóstoles, que, como yo, salieron de la Sinagoga”.
Al año de ser bautizado,
publica una obra titulada “Christus”. En el último
capítulo, titulado “Jesús llama”, escribe unas líneas que en cierto modo
reflejan su camino interior:
“Cada palabra de los profetas,
cada palabra de Cristo está llena de armonías celestes. No apreciamos
suficientemente lo que tenemos tan cerca: las palabras del Señor y nuestras
almas tienen mucho que decirnos, pero estamos distraídos. Estamos cerca de Dios
y lejanos a Dios. (...) A lo lejos percibimos una voz, un mensaje divino, pero
no lo comprendemos. Una Voz nos llama desde lejos y no podemos oírla. Un rayo
de luz nos invita y nosotros no lo apreciamos. (...) En el silencio de la noche
solitaria siento llamar a la puerta de mi alma. Es el Peregrino de la llamada
no escuchada”.
El resto de sus años
transcurren entre clases, conferencias, estudios. Su corazón ha encontrado una
belleza y un consuelo que dan sentido a toda su existencia.
El día de su muerte, 2 de
marzo de 1956 (viernes primero), puede comulgar y todavía tiene fuerzas para
unas palabras, que son como el testamento de un enamorado.
“Cuando siento el fardo de mi
existencia, cuando soy consciente de las lágrimas contenidas, de las bellezas
no vistas, lloro sobre Cristo crucificado por mí y en mí. (...) Muero sin haber
vivido, porque solo se vive en la plenitud de Cristo. No podemos más que
confiar en la misericordia de Dios, en la piedad de Cristo que muere porque la
humanidad no sabe vivir en Él”.
(Los textos de Zolli aquí reproducidos están tomados de la siguiente obra:
Judith Cabaud, “El rabino que se rindió a Cristo. La
historia de Eugenio Zolli, rabino jefe en Roma
durante la Segunda Guerra Mundial”, Voz de Papel 2004).