Momentos duros en la vida
P. Fernando Pascual
7-2-2021
Hay momentos duros en la vida.
Se juntan enfermedades, problemas económicos, conflictos en familia o en
sociedad, cambios y dudas en el propio corazón.
En esos momentos necesitamos
encontrar puntos de apoyo, horizontes de esperanza, señales de solución. No
podemos vivir ahogados por dramas del presente.
Pero en ocasiones esas señales
de esperanza son tenues, confusas, inciertas. De verdad, ¿llegará la solución?
¿Mejorará el trabajo? ¿Habrá reconciliación en la familia?
Miramos hacia el futuro y
buscamos un atisbo de luz, quizá sin darnos cuenta de que esa luz ya está en el
mundo desde hace más de 2000 años.
Porque frente a las mil
pruebas y sufrimientos de la vida, el mensaje de Cristo ofrece la maravillosa
certeza de que Dios cuida y ama a cada uno de sus hijos.
No es un amor genérico,
abstracto, lejano. Es un amor inmediato, sin límites, capaz de ayudarnos a
hacer nuestras las palabras de san Pablo: “me amó y se entregó por mí” (Gal
2,20).
Desde que Cristo vino al mundo
hay ciegos que ven, cojos que andan, pobres que son evangelizados, y pecadores
que reciben el regalo del perdón.
Los males, ciertamente, no han
desaparecido. En ocasiones, parecen más terribles, como en las guerras que
tantas víctimas han provocado y provocan, y en las leyes que permiten delitos
como si fueran derechos (aborto, eutanasia...).
El que ha sido encontrado por
Cristo no teme. Tiene un faro interior que ilumina y permite ver un horizonte
de esperanza. Goza de una certeza que nadie le puede arrebatar.
“Pues estoy seguro de que ni
la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo
futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8,38‑39).
Con Cristo afrontaremos cada
momento duro de la vida con una paz, incluso con una alegría, que nada ni nadie
nos puede quitar. Hemos creído, y estamos seguros en que Jesús, que inició
nuestra fe, la llevará a su plenitud (cf. 2Tim 1,12).