COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO NOVENO: 9

Padre Arnaldo Bazan

“Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan”(9,16-17).

Para entender estos versículos tenemos que recordar que las palabras de Jesús son la respuesta a una pregunta que les hacen unos seguidores de Juan, el Bautista (9,14), sobre por qué ellos y los fariseos ayunan y los discípulos de Jesús no.

Comienza el Señor por decir que sus discípulos ayunarán cuando llegue el momento, añadiendo las palabras que ahora comentamos.

Como ya había dicho Isaías varios siglos antes, el ayuno grato al Señor es: “desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo... partir tu pan al hambriento, y recibir en tu casa a los pobres sin hogar...Que cuando veas a un desnudo lo cubras, y no te apartes de tu semejante...” (58,5-6).

Para lograr eso se requiere un cambio en el corazón, lo que llamamos la conversión. Jesús nos llama la atención sobre esto con el ejemplo del paño y de los pellejos para el vino. Sus palabras significan que no se puede mezclar lo viejo con lo nuevo, porque así las cosas no funcionan.

Cuando nos convertimos al Señor, recibimos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Entonces, uniendo nuestra decisión con la gracia de Dios, podemos actuar conforme a su voluntad. Y será entonces cuando nuestro ayuno puede ser grato a Dios.

Jesús, al hablarnos del Juicio Final (ver Mateo 25,31-46), nos hace entender que lo más importante es lo que hayamos hecho con nuestros prójimos, reafirmando lo dicho por el profeta Isaías.

Los que se salven serán aquellos que han dado de comer al hambriento, beber al sediento, alojaron al forastero, vistieron al desnudo, consolaron al enfermo y visitaron al preso. Y es que con cada uno de nuestros prójimos se identifica el Señor. Por eso añadió estas palabras: En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron.

El que ayuna sin cambiar el corazón no está haciendo nada grato a Dios, pues se trataría sólo de algo externo, que le haría pensar que con eso ya está haciendo bastante. No es que Jesús condene el ayuno o lo rechace. Por el contrario lo practicó y lo aconsejó (ver Mateo 4,2;6,17-18). El quiere que el ayuno sea hecho con un corazón lleno de amor.