LOS DEBERES
CIUDADANOS
Padre
Arnaldo Bazán
Sería inconcebible pensar siquiera
que un cristiano pueda ser, al mismo tiempo, un mal ciudadano.
Sin embargo, vemos con bastante
frecuencia que algunos, que pretenden pasar por discípulos de Cristo, hasta
alardean de burlarse de la ley sin que nada les pase.
Una cosa debemos tener clara: si la
autoridad civil, por legitima que fuera, ordenase algo que va en contra de la
ley de Dios, es indiscutible que el cristiano no tendría obligación de
aceptarlo, sino más bien de rechazarlo y hasta combatirlo.
Así lo establecieron Pedro y Juan
cuando, obligados a comparecer ante el Sanedrín judío, se les ordenó que
"de ningún modo hablaran o enseñaran en el nombre de Jesús". Ellos
respondieron: "Vean ustedes mismos si está bien delante de Dios que les
obedezcamos a ustedes antes que a El" (Hechos 4,
19).
Esto no significa, sin embargo, que
todo lo que ordena la autoridad legítima sea incorrecto, ni que tengamos que
tomar a la ligera lo que proviene de ella, como si solo tuviéramos que obedecer
a la fuerza, cuando no nos quede otro remedio.
El propio Pedro nos da al respecto
una regla de oro: "Lleven una vida ejemplar en medio de los que no conocen
a Dios; los mismos que los calumnian como malhechores notarán el bien que
ustedes hacen, y por él reconocerán a Dios en el día en que los visite. Por
amor al Señor, sométanse a toda autoridad humana: al rey porque tiene el mando,
a los gobernantes porque los envía el rey para castigar a los que obran mal y
aprobar a los que obran bien" (1 Pedro 2,12-14).
Sabemos de sobra que no siempre los
gobernantes son personas honestas y que hay muchos, de entre ellos, que son
totalmente corruptos. Pero lo que importa no es la persona misma de los que
gobiernan sino el bien de la sociedad a la que pertenecemos.
Pagar impuestos, por ejemplo, es
algo que a nadie gusta, porque hay que sacrificar parte de unos ingresos que
casi nunca nos parece que alcanzan razonablemente.
Sin embargo, ¿qué ocurriría si la
mayoría de los ciudadanos lograra evadir el fisco y evitara pagar lo que
corresponde? Pues que el Estado no dispondría de dinero para hacer frente a los
múltiples servicios que debe brindar a la ciudadanía y el país entero sufriría
las consecuencias.
Es muy cierto que hay gastos en los
que podemos no estar de acuerdo. Digamos, por caso, las enormes cantidades de
dinero que se destinan a las armas y pertrechos de guerra. Tenemos el derecho a
disentir, pero no sería posible que cada uno actuara por propia cuenta, sacando
como conclusión, que ya que se gasta tanto en cosas innecesarias y hasta
inconvenientes, no hay que pagar impuestos.
Lo mismo pasa con otras leyes que
la gente se cansa de violar, como las que organizan el tráfico o limitan la
velocidad en calles y carreteras. Pocos son los que las obedecen fielmente,
aunque nadie puede dudar que si se cumplieran, se evitarían muchísimos
accidentes trágicos que son producto de los excesos cometidos en contra de la
ley.
En lo de pagar impuestos tenemos un
bonito ejemplo en el Evangelio. Jesús se somete a la autoridad, y aunque es
cierto que no lo hizo muy a gusto, no por ello dejó de pagar lo que le
correspondía, aunque para ello tuviera que hacer un pequeño milagro (ver Mateo
17,24-27).
Toda sociedad bien establecida no
tiene más remedio que controlar la libertad de los ciudadanos para que ésta no
se corrompa. La aparente libertad total seria libertinaje total, lo que en modo
alguno puede ser bueno para el cuerpo social.
Este control viene a ser una
exigencia del bien común, que los ciudadanos estamos obligados a acatar y
respetar aunque no se nos vigile, pues es sabido que hay algunos que obran
correctamente solo si la policía no les pisa los talones.
El gran testimonio del cristiano,
como decía san Pedro en el texto citado, es obrar ejemplarmente en un mundo
donde se necesita de fuerte coerción para cumplir la ley. Hoy en día podemos
notar que existe una franca relajación frente a la autoridad, de forma que
todos pagamos las consecuencias, ya que casi ni podemos salir a la calle, sobre
todo a ciertas horas y por ciertos lugares, por el temor a ser víctimas de uno
de los miles de delitos que cada día se cometen.
Frente al libertinaje no queda más
remedio que imponer la dureza de la ley, o de lo contrario la ciudadanía se
vería reducida a la impotencia, y nuestras ciudades se convertirían en selvas
de asfalto, donde los más duros y temerarios serian
los dueños absolutos de la situación.
Cumplir con la ley a rajatablas,
siempre que ésta vaya dirigida al bien común y no conlleve nada objetable
frente a los mandamientos de Dios, es un imperativo para todo cristiano.
La existencia de autoridades
corruptas no nos da licencia para imitarlas. Todo lo contrario, si queremos que
esto no ocurra tenemos que luchar con nuestra moral muy alta, llevando adelante
el ideal del Evangelio.
San Pablo tiene unas hermosas
frases que ilustran bien lo que acabo de decir:
"Es necesario obedecer, no por
miedo, sino en conciencia. Por esa misma razón ustedes pagan impuestos, y los
que han de cobrarlos son en esto los funcionarios de Dios mismo. Paguen a cada
uno lo que le corresponde: al que contribuciones, contribuciones; al que
impuestos, impuestos; al que respeto, respeto; al que honor, honor"
(Romanos 13,5-7).
Es muy bonito hablar de libertad y,
sin embargo, prostituirla. Es muy fácil exaltar la democracia y obrar, en
cambio, para destruirla. La obligación del cristiano, mientras esté en el
mundo, es actuar en cada momento como corresponde a un ciudadano sin tacha,
aunque todos los que le rodeen sean corruptos o malvados. Solo daremos cuentas
a Dios de lo que cada uno de nosotros haga.
Arnaldo Bazán