COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO NOVENO: 7

Padre Arnaldo Bazán

 “Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: “¿Por qué come su maestro con los publicanos y pecadores?” Mas él, al oírlo, dijo: “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”(9,10-13).

Los fariseos, ese grupo tan influyente en la vida religiosa del pueblo de Israel en los tiempos de Jesús, siempre estaban criticando las acciones del Divino Maestro, pues creían que sólo sus opiniones eran válidas. Pero Jesús no les hace mucho caso, y a su vez los critica severamente, y les responde con seguridad a cada una de sus diatribas.

Ese es el caso narrado en estos versículos. Mateo, el “recaudador de impuestos” o publicano, como llamaban los romanos a estos funcionarios, había respondido de inmediato a la invitación de Jesús. Antes de dedicarse de lleno al seguimiento de Jesús como uno de sus apóstoles, quiso despedirse de sus colegas, los otros publicanos, y preparó una comida en su casa, invitando tambien a Jesús y a sus nuevos compañeros.

Por supuesto que los fariseos no fueron invitados ni hubieran aceptado tal invitación, pues creyendose mejores y más puros que nadie, no se juntaban con quienes ellos consideraban pecadores.

Pero, eso sí, no perdieron tampoco la oportunidad para espiar lo que Jesús hacía, y así criticarlo porque había ido a comer con todos esos renegados publicanos colaboradores de los invasores romanos.

Es posible que ellos esperaran a que se terminara la comida para, nada más salir, hacer la pregunta a los discípulos. Y entonces apareció Jesús para contestarla por sí mismo. El que quiera salvarse tiene que comenzar por considerarse pecador. Es a los que así se reconocen a quienes Jesús había venido a salvar.

Los que se creen sanos, precisamente por no reconocer que necesitan ser sanados, seguirán enfermos. Y ese era el problema de los fariseos y de todos los que, aun hoy, piensan como ellos.

Incluso si creemos que, por la gracia de Dios, estamos viviendo en su gracia, no podemos por ello pensar que somos mejores que otros. Por el contrario, tenemos que aplicarnos las palabras de Jesús. Si no somos misericordiosos ya podemos hacer todos los sacrificios que queramos, pero no alcanzaremos la misericordia que Dios da a los humildes.