EL HAMBRE
EN EL MUNDO
Padre
Arnaldo Bazán
Hace unos cuantos años, tantos que
ya no recuerdo donde fue, se reunió un grupo de científicos para responder a
esta inquietante pregunta: ¿Cuántos moradores puede alimentar la tierra?
Estos hombres y mujeres de ciencia
aportaron sus conocimientos en diversos campos y, después de varios días de
análisis y deliberaciones, llegaron a la conclusión de que, de acuerdo a los
adelantos científicos de entonces, la tierra era capaz de alimentar a treinta y
cinco mil millones de personas.
Esto supone, desde luego, una
explotación racional, científica y tecnológica de los recursos del planeta.
Frente a la contundente afirmación
del grupo de sabios, nos encontramos con una realidad escalofriante, pues en un
mundo donde viven unos siete mil millones de personas, dos terceras partes
padecen de mala alimentación.
Las causas de que el hambre se haya
extendido de una manera tan palpable no la podemos buscar, por tanto, en la
incapacidad de la tierra para alimentar a sus pobladores, sino a otras que
podríamos catalogar como morales, tecnológicas, políticas y sociales.
Hay hambre en el mundo,
principalmente, por las enormes injusticias que, a varios niveles, se padecen.
Mientras unos pocos pueblos han
conseguido desarrollarse, la mayoría sigue en estado de atraso. La injusticia
radica, por ejemplo, en que las naciones pobres dependen de las ricas, teniendo
que vender sus materias primas a bajo precio, mientras se ven obligadas a
comprar caro los productos de los países industrializados.
Por otro lado, en los mismos
pueblos pobres hay desigualdades infamantes, pues mientras una minoría vive en
la opulencia, las grandes masas sólo tienen el derecho a mal sobrevivir.
Hay hambre en el mundo porque la
mayoría de los países no cuenta con recursos económicos suficientes para
disponer de una tecnología de desarrollo.
Esto en parte se debe - hay que
admitirlo - a que los políticos locales, sobre todo los que ejercen el poder,
están más prestos al saqueo del dinero público que a luchar por mejorar el
nivel de vida de sus gobernados.
Cada funcionario parece sentirse
con derecho a recibir una tajada en el reparto del botín, desangrando con ello
las economías nacionales e impidiendo el acceso al desarrollo.
Esa es una de las razones por las
que todavía hoy se sigue roturando la tierra, en un número de países, con
métodos primitivos. Lo mismo ocurre con las formas de extraer sus riquezas al
mar.
El uso de maquinarias, abonos,
insecticidas y otros medios proporcionados por la tecnología moderna, en la
mayoría de los casos, brilla por su ausencia.
Hay hambre en el mundo porque el
dinero que se necesita para desarrollar la tierra y producir alimentos que
alcancen para todos se dedica, en buena parte, a la carrera armamentista.
Mientras varios miles de personas
mueren cada día de hambre y millones de seres están condenados a vivir con una
capacidad muy disminuida debido a la desnutrición que padecen, se inventan cada
día nuevos artefactos de guerra para matar con mayor rapidez y precisión.
Cada año se aumenta el gasto
militar, y vemos con dolor que pequeños países emplean el dinero que se
necesita para producir más, en comprar modernos aviones de combate, tanques y
armas de gran potencia.
Hay hambre en el mundo porque el
ser humano se ha convertido en el principal depredador, convirtiendo en
desiertos lo que antes eran tierras labrantías de primer orden, contaminando
los mares y exterminando la vida en ellos, robando a la agricultura terrenos
que se convierten en urbanizaciones improductivas.
Estudios científicos han demostrado
que existe una tal contaminación de ríos y mares que donde antes había
abundante pesca hoy no se encuentra apenas vestigio alguno de fauna.
Las devastaciones causadas por las
guerras, aparte de los efectos de los fenómenos naturales, como huracanes,
terremotos o tornados, amén de inundaciones y sequias, completan el triste
panorama que sumerge a parte de la humanidad en la más espantosa miseria.
A todo esto se añaden los malos
hábitos alimenticios, los prejuicios religiosos o sociales que influyen para
que muchos no coman cierto tipo de alimentos.
No he querido hacer una pintura en
negro de un problema humano, sino la descripción de una realidad de la que, por
suerte, una parte de la humanidad no tiene mucha experiencia directa, por vivir
en los países más ricos de la tierra. Pero, no por ello, pueden dar la espalda
a este grave problema social.
Comer es una necesidad básica de
primer orden. Cuando no puede ser resuelta tenemos como consecuencia el hambre
que, como sabemos, es mala consejera.
Mandato del Señor es dar de comer
al hambriento. ¿Lo estamos cumpliendo?
Si tres de cada cuatro seres
humanos están mal alimentados, ¿no estamos ante una situación de injusticia
colectiva que clama al cielo?
En los países ricos se vota comida
al por mayor. ¿Hay derecho a ello?
Puede que nosotros seamos de los
privilegiados que comen bien. Pero, como cristianos, ¿podemos ser indiferentes
ante esta terrible realidad?
Un buen tema para meditar.
Arnaldo Bazán