COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
OCTAVO: 13
Padre
Arnaldo Bazán
"Había
allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los
demonios: “Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos”. El
les dijo: “Vayan”. Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la
piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas”(8,30-32).
Por cuestiones de higiene varios
animales habían sido declarados impuros en el Antiguo Testamento, entre ellos
el puerco o cerdo (ver Deuteronomio 14,7-8).
Como la escena a la que se refieren
estos versículos sucede en una región en la que vivían pocos judíos, aunque sí
muchos paganos, es natural que aparecieran personas que consumieran la carne de
estos animales.
Y como por aquel lugar,
curiosamente, había una gran piara de los mismos, los demonios piden a Jesús
que les mande ir a ellos, a lo que Jesús accedió.
Esto trajo una gran calamidad
económica para los dueños, pues los puercos se precipitaron por un precipicio y
se ahogaron en el mar, como le llamaban al lago de Genesaret
o Tiberíades.
¿Cómo fue que Jesús permitió eso?,
podríamos preguntarnos.
Puede haber varias respuestas, y
así las dan los especialistas. Entre éstas de que quizás fue para castigar de
alguna manera los pecados de sus dueños, o para, simplemente, mostrar el poder
que tenía Jesús sobre los demonios y así los paganos de aquel lugar pudieran
reconocer la superioridad del Dios de los judíos.
En realidad no lo sabemos. Por otro
lado, es posible que aquellos cerdos, que parece eran unos dos mil, según el
relato del caso que hace Marcos, pudieron ser de muchos dueños, con lo que el
daño económico individual no sería demasiado grande. En mi opinión aquí lo que
nos da Jesús es una lección admirable sobre la superioridad de los humanos
sobre los animales.
Si para liberar a aquellos hombres
del poder del maligno hace falta que se mueran dos mil cerdos, pues está bien
empleado, pues el ser humano ha sido puesto, como nos dice el libro del Génesis
(1,26), por encima de todo en la tierra.
Si bien no podemos abusar de los
animales, sí podemos usarlos para nuestro beneficio, pues han sido creados para
servirnos.
El hombre está en su pleno derecho
de usar de los animales, sea para alimentarse, o para servirle de ayuda en su
trabajo. Como son criaturas de Dios tenemos que cuidarlos, pero sería un grave
pecado si lo hacemos con perjucio para nuestros
semejantes.
Solo a los demás seres humanos es
que Jesús nos manda que los amemos como a nosotros mismos.