CAPÍTULO
OCTAVO: 9
Padre
Arnaldo Bazán
"Otro
de los discípulos le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Dícele Jesús: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a
sus muertos” (8,21-22).
Estos versículos son de esos no
fáciles de comprender. Se trata, en la respuesta que da Jesús al discípulo, de
una forma de hablar que no podemos tomar, exactamente, al pie de la letra.
Sabemos muy bien que Jesús, en
varias ocasiones, recordó a sus oyentes los deberes para con los progenitores
(ver Lucas 18,20; Marcos 7,10-13).
De ninguna manera quiere, pues, el
Señor, anular lo que es un precepto divino. Sin embargo, ha querido recalcar
que por encima del amor a los padres está el amor a Dios, y que cuando existe
un conflicto entre los dos deberes, hay que optar por el más importante, que
está claramente establecido en el primer mandamiento: "Amarás a Yahveh tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza"
(Deuteronomio 6,5). Así dirá Jesús en otra ocasión: “Porque desde ahora habrá
cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres;
estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre
contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera
contra la suegra” (Lucas 12,52-53).
El seguimiento de Cristo nos
ocasionará, a veces, conflictos familiares, no porque nosotros queramos provocarlos,
pues tampoco Dios lo quiere, sino porque aquellos que están contra Cristo se
pondrán también en contra nuestra por su causa, y esto ha sucedido muchas veces
como Cristo predijo.
El cristiano debe amar a todos. Con
cuánta mayor razón a sus padres, hermanos y familiares. Esto es lo que Dios
mismo nos manda.
No se trata de abandonar a los
padres ni tampoco dejar de enterrarlos. Jesús usa formas de hablar que eran
entendibles por los judíos de su tiempo, pero que nosotros no asimilamos, sobre
todo si lo queremos hacer al pie de la letra.
El
quiso recalcar con su manera de hablar, que la búsqueda del Reino de Dios debe
ser lo más importante para nosotros. Si de estos versículos sacamos en
conclusión que debemos romper con nuestros padres y olvidarnos de ellos, porque
así lo exige Cristo, estaríamos cometiendo un grave error.
El
nunca nos pide nada que pueda estar en desacuerdo con lo establecido en el
Decálogo, sino todo lo contrario. El no vino a destruir la Ley sino a
perfeccionarla (ver Mateo 5,17).