Prevenir epidemias en los
corazones
P. Fernando Pascual
27-12-2020
Una epidemia, sobre todo si se
trata de una enfermedad desconocida, exige tomar medidas para disminuir los
contagios, para atender debidamente a los enfermos, y para paliar los daños en la
población.
Lo que vale para la salud
física también se puede aplicar para la salud espiritual, para lo que se
refiere a la bondad o maldad de las personas.
Porque, por desgracia, no solo
hay epidemias para el cuerpo. Existen pecados que son altamente infecciosos,
que se contagian con una rapidez inusual entre los corazones.
Así son muchos pecados que
llevan a imitar comportamientos contrarios a las virtudes, especialmente cuando
se difunden mentiras que generan odios y que provocan, a corto o largo plazo,
desprecio, marginación e, incluso, violencia.
Frente al riesgo de epidemias
espirituales, podemos emprender medidas parecidas a las que se toman frente a
las epidemias corporales, sin incurrir en excesos que provocan más daños que
beneficios.
En primer lugar, hay que
evitar contagios. Pensemos en la epidemia de los chismes, maledicencias,
incluso calumnias, una epidemia tantas veces denunciada por los santos.
El calumniador se convierte
con facilidad en una especie de “contagiador”: con su
lengua difunde el mal entre los que están cerca o lejos (la tecnología difunde
las calumnias a todo el planeta), y muchas veces contagia a quienes empiezan a
repetir mentiras que provocan odios, rencores, deseos de venganza.
Hay otros pecados altamente
contagiosos, como los que surgen desde el escándalo, los malos ejemplos, la
difusión de cierta altanería que lleva a vivir como si Dios no existiese y como
si la ética fuese solo para los cobardes.
En segundo lugar, hay que
atender a los enfermos. Aunque puedan ser contagiosos, merecen ayuda,
comprensión, paciencia. Quien tiene un vicio puede ser curado si encuentra a su
alrededor personas buenas que testimonien y acerquen a la experiencia curadora
de la misericordia de Dios.
En tercer lugar, hay que
paliar daños. Todo pecado implica un daño social y un daño en la misma
creación. Por eso, las epidemias de los corazones han de ser combatidas con
hombres y mujeres dispuestos a vivir el famoso consejo de san Pablo: vencer el
mal con el bien (cf. Rm 12,21).
El mundo sufre por
enfermedades en el cuerpo y en los corazones. Miles de médicos, enfermeros y
otras personas luchan para vencer aquellas epidemias que causan tanto daño en
la gente.
También miles de sacerdotes,
religiosos, laicos, se convierten en agentes de bien que atienden tantos males
en los corazones. De este modo, promueven esa salud de las almas que permite
abrirse a Dios, recibir su misericordia, y crecer cada día en el amor hacia Él
y hacia los hermanos.