COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO
CAPÍTULO
OCTAVO: 4
"Cuando bajó del
monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre"(8,1).
Padre Arnaldo Bazán
Dícele
Jesús: “Yo iré a curarle”. Replicó el centurión: “Señor, no soy digno de que
entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.
Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo
a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi
siervo: "Haz esto, y lo hace” (8, 7-9).
Este precioso diálogo entre Jesús y
el centurión nos muestra, por un lado, la disponibilidad de Jesús para atender
a la gente en necesidad. Francamente responde a la petición del militar con una
afirmación rotunda: “yo iré a curarle”.
En la réplica del centurión se
demuestra la fe de un hombre que sabe que Jesús no necesita siquiera ir para
poder curar a su siervo enfermo. Y como militar que era le pone un ejemplo
propio de su oficio.
Si él, que es un hombre, solo que
dotado de autoridad sobre varias decenas de hombres, puede lograr que ellos
hagan lo que se les ordena, sin dilación ni protestas, Jesús tiene que tener
poder para ordenar a la enfermedad que cese de molestar a su siervo.
Es una fe sincera y espontánea,
casi ingenua, que tiene la seguridad de conseguir lo que anda buscando.
Es así como nos enseña el Señor que
debemos pedir, sabiendo que el Padre Celestial nos ama y oye nuestras súplicas.
Así nos dice: “Si tuvieran ustedes
fe como un grano de mostaza, habrían dicho a este sicómoro: "Arráncate y
plántate en el mar", y les habría obedecido” (Lucas 17,6). Ese es el poder
de la fe. Por eso vemos que Jesús va a obedecer al centurión, es decir, lo va a
complacer, incluso a distancia, sanando al criado.
Aquel hombre, que sin ser judío,
por tanto un pagano sin conocimientos del verdadero Dios, demostró tener su
corazón más abierto a Jesús que muchos judíos. De ahí que el Señor,
públicamente, reconociera su fe con unas palabras que, de seguro, debieron
dejar a los oyentes perplejos y hasta ofendidos: “Les aseguro que en Israel no
he encontrado en nadie una fe tan grande” (Mateo 8,10).
Así nos sorprenderemos los
cristianos cuando veamos a muchos que consideramos paganos o alejados de Dios,
estar en el cielo a causa de una fe que quizás apenas demostraban, pero que el
Señor conocía muy bien. El mira los corazones y sabe quiénes son los que
confían plenamente en El.
Arnaldo Bazán