COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO OCTAVO: 1

"Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre"(8,1).

Padre Arnaldo Bazán

En varias ocasiones nos señalan los evangelistas que a Jesús lo seguía una gran cantidad de personas, como se afirma en este versículo.

Tenemos que recordar que el pueblo de Israel era muy religioso, aunque también caía a veces en supersticiones o en ideas alejadas de la Palabra de Dios.

Esto era así, en parte, porque quienes debían guiarlo también estaban desorientados y a veces completamente apartados de una verdadera relación con Dios.

Pensemos, por ejemplo, que una gran parte de los sacerdotes que servían en el templo pertenecían al grupo de los “saduceos”, con quienes Jesús tuvo que enfrentarse a propósito de la resurreción y la vida más allá de la muerte. Tenemos un claro ejemplo de ello en Lucas 20,27-38.

Por otro lado, este pueblo conocía lo que habían dicho los profetas con respecto al Mesías, y estaban a la espera de Quien suponían fuera el liberador de Israel de la opresión que sufrían por parte del Imperio Romano.

Hacía ya mucho que no aparecía un verdadero profeta, y cuando Juan el Bautista comienza a predicar, pensaron que era él y aceptaron su bautismo de conversión. Con todo Juan les dijo claramente que no era el Mesías, sino sólo su precursor.

Al aparecer Jesús las espectativas crecieron, pues veían que éste no sólo predicaba, sino que también hacía milagros, de modo que creyeron en él y lo siguieron.

El problema era que la interpretación de las Escrituras de parte de muchos de sus líderes no estaba correcta, ya que consideraban que el Mesías sería un líder, un caudillo, más bien militar y político, algo así como otro David.

Cuando estas muchedumbres vieron que la cosa no iba por ahí, y que los enemigos de Jesús, que también eran muchos, lograron prenderlo y llevarlo a juicio, muchos perdieron la fe en él y hasta fueron de aquellos que, a pesar de haberle visto realizar milagros como nunca nadie los había hecho, se sintieron desilusionados y engañados, por lo que gritaron ante Pilato aquel fatídico ¡Crucifícale, crucifícale!, que selló su condenación.

El seguimiento de Cristo no puede estar motivado por un entusiasmo momentáneo. Tenemos que seguirle hasta el final, cueste lo que cueste.