Buenos y malos, premios y
castigos
P. Fernando Pascual
12-12-2020
Se ha dicho, con razón, que
uno debe ser bueno no simplemente porque espere un premio o tema un castigo,
sino porque basta con ser justos y honestos.
Sin embargo, también se ha
dicho que los buenos merecen un premio, un resultado feliz, que no sea
simplemente un sueño de novelas o películas donde al final todo termina bien.
¿Es necesaria la conexión
entre la honestidad y el premio, y entre la maldad y el castigo? La vida
concreta y la historia nos recuerdan cómo hay tantos buenos que han terminado
mal, y tantos malvados que han muerto envueltos en una felicidad al menos
aparente, incluso entre los aplausos del mundo.
Hay que reconocer que muchas
personas buenas han sido reconocidas por quienes convivieron con ellas y
recibieron en vida premios nada despreciables; y que muchas personas malas
fueron castigadas de diversas maneras, aunque solo fuera en sus últimos meses
de existencia.
Pero algo nos dice que ni los
premios ni los castigos en esta vida son suficientes para restablecer la
justicia. Además, las cosas se hacen más complejas si reconocemos que a veces
quien era considerado bueno no lo era, ni tampoco era tan malo quien murió
condenado por sus contemporáneos o por el tantas veces erróneo “juicio de la
historia”.
La mirada busca, entonces,
otro camino para que triunfe la justicia, para que los buenos sean premiados
plenamente, y para que a los malos se les dé aquellos castigos que merezcan.
Solo si existe una vida tras
la muerte, y un Dios justo y bueno, es posible pensar en una plenitud de la
justicia. Sin Dios, habría que reconocer que muchos malos nunca serán
castigados en serio, y que muchos buenos habrían fracasado al sufrir desgracias
e injusticias indescriptibles.
Tanto la filosofía antigua,
como por ejemplo Platón, como la filosofía moderna, especialmente en Kant, han
visto la necesidad de una conexión entre bondad ética y felicidad completa, y
que tal conexión no puede ser garantizada en esta vida, sino que solo
alcanzaría su plenitud en una vida tras la muerte.
El cristianismo se coloca en
esta perspectiva, desde un punto particularmente valioso: no solo la razón nos
hace aspirar a un premio para los buenos, sino que el mismo Dios se ha
manifestado como garante de la verdad, la justicia y el bien.
Sigue en pie la idea de que
ser buenos solo por el deseo de un premio haría que los buenos fuesen un poco
menos buenos y un mucho más interesados. Pero esa idea se corrige cuando
pensamos que lo propio del amor (y Dios es Amor) consiste en desear lo mejor
para aquellos a los que se ama.
Eso mejor (un premio eterno)
para quienes han vivido auténticamente la justicia, la misericordia, y la
entrega a los demás, se alcanza al escuchar las palabras de Juez Justo cuando
venga al final de los tiempos: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la
herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt
25,34).