COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
SÉPTIMO: 10
Padre
Arnaldo Bazán
"No
todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos"(Mateo 7,21).
Los humanos estamos acostumbrados a
la palabra fácil que nada dice. Cualquiera es capaz de prometer. Pero no bastan
las palabras. Es necesaria la acción. Son los hechos y no las palabras los que
definen a un individuo.
Esa es la razón por la que Santiago
dice: “Si un hermano o una hermana están desnudos y faltos del alimento
cotidiano, y uno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense”,
pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve?” (2,15-16).
Alguien dijo que el mundo está
cansado de palabras. Y ¿cómo no iba a estarlo si muchas se convierten en puras
mentiras?
A la gente podemos engañarla con
nuestras palabras huecas, pero no a Dios. Por eso de nada nos valdría que
gritemos “¡Señor! ¡Señor!”, si luego no hacemos lo que El
nos pide. Jesús nos enseña que “al orar, no se pierdan en palabras como hacen
los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho” (Mateo 6,7).
Las palabras que no van acompañadas
de la acción se pierden en el vacío. Lo que realmente convence no es un buen
discurso, o un buen sermón, sino nuestro testimonio.
Por eso Jesús aconseja a los que lo
escuchaban, refiriéndose a los doctores de la Ley: “Practiquen, pues, y hagan
todo lo que les dijeren; pero no arreglen su conducta por la suya, porque ellos
dicen lo que se debe hacer, y no lo hacen”. (Mateo 23, 3).
A veces creemos que nuestras
palabras van a convencer a muchos, y ponemos nuestro empeño en preparar charlas
o sermones, confiando en que la elocuencia y el saber resultarán eficaces, para
luego no conseguir nada.
Cristianos que nunca predicaron han
logrado, con frecuencia, mejores frutos para la causa del Evangelio que otros
con su verbo encendido y elegante, porque los primeros ponían su ejemplo de
vida y los segundos sólo sus habilidades oratorias.
Si damos testimonio de un verdadero
cristianismo sobrarían muchas palabras, pues estaríamos hablando con la
elocuencia de nuestra propia convicción.