Noche Vieja: Un Fin de año más 

Rebeca Reynaud  

 

Historia de los leñadores, de Alejandro Pagliari. Había un concurso de leñadores para ver quién cortaba más árboles, el concurso duraba de las 10 am a las 4 pm. Los mejores leñadores eran un canadiense y un noruego, así que todos estaban pendientes de ellos dos. Cada vez que pasaban 50 min., el noruego dejaba de cortar y el canadiense se animaba al ver que el otro no hacía ruido con el hacha. Después de cuatro horas pensó: “Voy a ganar”. Siguieron talando horas, y el canadiense cada hora a menos diez hacía una pausa. Al final, cuando sonó el mara las 4 de la tarde, el canadiense estaba absolutamente convencido de que el premio era suyo, y cuál no sería su sorpresa al descubrir que había perdido…, que le dieron la victoria al noruego. El canadiense preguntó: “¿Cómo le hiciste? ¿Cómo pudiste cortar más árboles que yo? Yo talé más tiempo y tú parabas cada 50 minutos”. El noruego explicó: “Pues es muy sencillo, mientras tu talabas, yo sacaba filo a mi hacha”. Este fin de año hay que preguntarse: ¿Hace cuánto tiempo que no paro de trabajar para afilar tu hacha? ¿Hago pausas para renovarme y saber si voy bien? Del año que pasó, nos queda un recuerdo imborrable ya que nos han permitido aprender que pocas cosas son necesarias.  

 

Este fue un año diferente, año de encierro y de reuniones en Zoom, de llamadas telefónicas y de aprender a comunicarnos en formas diversas, Va a empezar un nuevo año en el que todo es incierto, pero del que se van a sacar cosas muy buenas, sobre todo, el afán de renovación para que nuestro trato sea más grato al Señor y a los demás. A Santa Catalina de Siena el Señor le dijo que puso al prójimo para que hiciéramos por él lo que no podemos hacer por Jesús. Dios quiere que veamos el rostro de Jesús en los próximos. 

 

Muchos sienten la necesidad de hacer un balance en el año que termina, y este hecho convencional, despierta la conciencia de la cortedad del tiempo, de que la vida pasa. Aprovechemos esta circunstancia para pensar en este tiempo que se fue: ¿Cómo hemos realizado nuestros deberes? ¿Sentimos la necesidad de pedir perdón por lo que hicimos mal, o de dar gracias por lo que salió bien? Hay que hacernos una pregunta: ¿Vivimos la Liturgia como “fuente y culmen” de nuestra vida espiritual? Dice Ratzinger que desde la Liturgia Jesús gobierna el mundo. 

 

Decía un santo de nuestro tiempo en su tarjeta de Navidad: “Considerad que, en el Portal de Belén, el Espíritu Santo nos impulsa a que renazca nuestra entrega con nuevos afanes de santidad, de amor, de servicio abnegado a las almas; disposiciones todas que llevan a examinar, ante la entrega del Señor, la nuestra, para alcanzar la auténtica felicidad que él nos trae, también en las contradicciones. (...) Esta actitud ha de impulsarnos vivamente a cortar con decisión cualquier componenda con nuestras debilidades, aprendiendo de la Sagrada Familia la lógica inefable del olvido de sí, y la disponibilidad completa al servicio a la Voluntad Santa de Dios”. 

El Te Deum es el mejor resumen para dar gracias por el año que pasó. Lo que falta es terminar el camino emprendido. Hay que ver si nos hemos desviado por veredas laterales que no conducen al fin del hombre sino al abismo. 

 

Hay que hacernos un chequeo divinoFui a la clínica del Señor a hacerme una revisión de rutina y constaté que estaba enfermo: Cuando Jesús me tomó la presión, vio que estaba bajo de ternura. Al medirme la temperatura, el termómetro registró 40º de ansiedad. Me hizo un electrocardiograma y el diagnóstico fue que necesitaba varios bypases de amor, porque mis arterias estaban bloqueadas de soledad y no abastecían a mi corazón vacío. Pasé a ortopedia, ya que no podía caminar al lado de mi hermano, y tampoco podía dar un abrazo fraternal porque me había fracturado al tropezar con la envidia. También me encontró miopía, ya que no podía ver más allá de las cosas negativas de mi prójimo. Cuando me quejé de sordera, Jesús me diagnosticó que había dejado de escuchar su voz cada día. Es por esto que hoy Jesús me ha dado una consulta gratuita y gracias a su gran misericordia, prometo que al salir de esta clínica tomaré solamente los medicamentos naturales que me recetó a través de su verdad: 

* Al levantarme, beber un vaso de agradecimiento. 

* Al llegar al trabajo, tomar una cucharada de paz. 

* A cada hora, ingerir un comprimido de paciencia y una copa de humanidad. 

* Al llegar a casa, inyectarme una dosis de amor y de misericordia. 

* Y antes de acostarme, tomar dos cápsulas de conciencia tranquila.