COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
SÉPTIMO: 6
Padre
Arnaldo Bazán
“Por
tanto, todo cuanto quieran ustedes que les hagan los hombres, hagánselo también ustedes a ellos; porque ésta es la Ley y
los Profetas” (7,12).
Esta es una regla maravillosa que
si la cumpliéramos todos, el mundo sería como una tacita de oro.
Desgraciadamente no lo es, porque a
veces hacemos a los demás aquello que no queremos que ellos nos hagan. Ahí
empiezan los problemas.
Todos fallamos en esto, ya que si
hay algo difícil en este mundo es el trato con los otros. Y es que no siempre
es fácil acertar, pues hay personas que hasta se ofenden por un
mínima cosa que decimos o hacemos, sin tener siquiera la intención de ofender.
¿Qué será cuando, adrede, hacemos
algo que sabemos de antemano que no es correcto, pues alguien va a salir
perjudicado?
Hay muchos a quienes no les importa
para nada el bien del prójimo. Todo lo hacen a su conveniencia, para conseguir
aquello que consideran es lo bueno para ellos.
De esta forma actúan sin fijarse en
la consecuencia de sus actos. Y así tenemos los mil y un crímenes y delitos que
se cometen a diario, de los cuales nos enteramos por la prensa radial,
televisada o escrita.
Por eso las cárceles están
recargadas, pues cada día son más los que incumplen las leyes y actúan en
contra de sus prójimos por codicia, cobardía, sadismo, ambición, odio,
agresividad y vaya Ud. a saber cuántas cosas más.
Cuando uno agrede a otro de palabra
o de obra, está declarando una especie de guerra personal que puede provocar
una fuerte reacción de la víctima. De ahí que también muchos, quizás sin
pensarlo dos veces, responden con agresividad, lo que puede terminar, como a
menudo ocurre, en una verdadera desgracia.
Cada día tenemos que buscar la
fuerza en el Señor, para no dejarnos dominar por el odio o el espíritu de
venganza que provocan en nosotros las malas acciones de otros. Pero, sobre
todo, debemos vigilarnos y examinarnos para evitar, a toda costa, en nuestro
diario vivir, el ofender o actuar mal de cualquier forma que sea contra
nuestros hermanos.
El mundo tendrá paz cuando
aprendamos a comportarnos bien los unos con los otros. Eso es lo que Cristo nos
enseña y el Padre quiere de todos nosotros. Esa es nuestra misión, ser
instrumentos de paz y no de aflicción.