COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO SÉPTIMO: 5

Padre Arnaldo Bazán

“¿O hay acaso alguno entre ustedes que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!”(7,9-11).

Para decirnos las cosas sin que quede la menor duda, Jesús nos enfrenta a nuestra propia realidad.

Los padres de la tierra, con muy contadas excepciones, no defraudan a sus hijos cuando éstos les piden algo, sobre todo si se trata de lo que les es necesario.

Por ejemplo, algo para comer porque sienten hambre. Seguramente que si el padre tiene lo que el hijo pide, se lo dará sin dilación y sin poner condiciones.

Desgraciadamente hay padres que se encuentran en condiciones tales que, aunque quisieran, nada tienen que dar a sus hijos, porque viven en una situación de miseria. Eso, por supuesto, no es su culpa, como no se trate de personas que pudiendo trabajar, prefieren vivir en la vagancia, pidiendo socorro a los demás.

Los seres humanos, comparados con Dios, somos malos, porque somos pecadores. No nos lo dice Jesús como una ofensa, sino para recordarnos nuestra real condición.

Pero, aun así el ser humano no suele ser malo con sus propios hijos, a no ser que su corrupción llegue a tal grado que su maldad hiera incluso a los más cercanos.

De modo que si eso pasa con los humanos, ¿qué será con Dios, que es todo santidad y bondad?

Fijémonos bien, sin embargo, que el Señor subraya que se trata de “cosas buenas”. También los padres terrenos se negarían a dar a sus hijos algo que les haga daño, por más que ellos lo estén pidiendo. Un padre prohibirá a su hijo jugar con una pistola, a tener un afilado cuchillo como juguete. Si no lo hiciera podría provocarse una tragedia.

De la misma forma Dios no nos da todo lo que le pedimos, porque así como el padre humano sabe más que sus hijos y conoce los peligros a los que se exponen, pidiendo cosas que no son buenas, así Dios, que sabe infinitamente más que nosotros, se negará a darnos lo que El sabe que no nos conviene.

A veces pedimos cosas que creemos muy buenas, pero el Padre, en su infinita sabiduría, sabe que es todo lo contrario. De ahí que aparente no oírnos.

Cuando pedimos con verdadera fe lo hacemos seguros de que el Padre siempre nos dará lo mejor, aunque no sea exactamente lo que le estamos pidiendo.