COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
SÉPTIMO: 1
Padre
Arnaldo Bazán
“No
juzguen ustedes, para que no sean juzgados. Porque con el juicio con que
ustedes juzguen serán juzgados, y con la medida con que ustedes midan se les
medirá” (7,1-2).
Juzgar es llegar a convicciones
sobre las acciones de otra persona. Y esto es realmente difícil, pues no
podemos saber, con nuestra limitación humana, cuáles son las causas reales que
determinan lo que uno persona hace.
¿Quiere esto decir que tendríamos
que suspender todos los juicios que se realizan en los tribunales?
Eso es otra cosa. La sociedad
necesita defenderse de aquellos que, por las razones que sean, actúan en contra
de la leyes, haciendo imposible la buena convivencia
con sus semejantes.
No se trata de determinar lo que
esta persona es en realidad, sino examinar los hechos delicitivos
por los que esta persona merece una sanción.
No todo el mundo es castigado de la
misma forma. Las leyes establecen de antemano lo que se supone sea un justo
castigo por las malas acciones, incluso tratándose de personas que, en general,
han demostrado ser buenas.
En un momento dado un persona buena puede cometer un crimen, impulsado por una
ofensa recibida, o por creerse víctima de una injusticia en su contra.
La agresividad que todos llevamos
escondida se puede manifestar como una reacción que, en segundos, podría
convertir a una persona buena en un criminal.
La ley bien entendida debe ser
igual para todos. Se castigan las acciones, no importa quién las haya cometido,
aunque se pueden dar excepciones para limitar la pena, como en el caso de un
primer delito cometido por el individuo en cuestión.
Pero ninguno de nosotros puede
entrar en el interior de una persona para declararla mala o buena. Eso sólo
puede hacerlo Dios, que es el único que sí conoce hasta lo más profundo de
nuestro ser.
Jesús nos pone en guardia contra la
fácil costumbre de hacer juicios, para que no creamos que tenemos derecho a
determinar sobre lo que está por encima de nuestra capacidad.
De ahí que nos advierta que si nos
empeñamos en juzgar, se nos aplicará la misma medida de severidad que usemos
con el prójimo.
Sería terrible para nosotros que
Dios use la vara que usamos para los demás, porque seguramente saldremos
perdiendo. Al contrario, si somos misericordiosos, encontraremos también
misericordia.