Dar consejos para vivir
éticamente
P. Fernando Pascual
22-11-2020
Hay quien piensa que la ética
no es para dar consejos a otros, sino para aplicarla a uno mismo. La afirmación
es interesante, al mismo tiempo que tiene una extraña contradicción.
Es interesante, porque muchas
veces queremos ofrecer pistas a otros para que orienten su vida correctamente.
No nos resulta indiferente ver cómo un familiar o un amigo se hunden por tomar
en exceso alcohol o drogas: sentimos la necesidad de ayudarle a través de
consejos.
Al mismo tiempo, la frase
incluye una contradicción, porque decir que la ética no es para dar consejos a
otros supone dar un consejo a otros: es bueno que no digas a los demás lo que
tienen que hacer. En otras palabras: te digo que es bueno que no digas a otros
lo que es bueno o lo que es malo...
Más allá de la contradicción,
lo cierto es que la ética, desde sus inicios, y en casi todos los pueblos,
continuamente da indicaciones sobre lo que habría que hacer y sobre lo que
habría que evitar.
Por ejemplo, cuando algún
sabio entre los griegos declaró la famosa frase “nada en exceso”, ofrecía un
criterio ético para ordenar los actos humanos de forma que alcanzasen el bien
que todos deseamos.
Además, y a pesar de diversas
críticas contra las “éticas normativas” (que establecen normas para la
conducta), el mundo moderno está lleno de reglas de todo tipo, que tienen
sentido y valor solo si, de verdad, nos ayudan a alcanzar bienes humanos
fundamentales.
Quizá ese sea uno de los
puntos en los que pensadores como Platón, Aristóteles o santo Tomás de Aquino
pueden estimularnos a reflexionar sobre lo que sea éticamente correcto y lo que
sea éticamente equivocado, a reconocer que hay acciones humanas que ayudan a
alcanzar el bien, y otras que nos alejan del mismo.
Desde luego, el planteamiento
lleva a nuevas preguntas: ¿cómo identificar lo que sea bueno para el hombre?
¿Existe un modo humano de existir común a las diferentes culturas o cada una
establecerá reglas diferentes? ¿Cambia la ética con el pasar del tiempo, o hay
algún núcleo perenne que está arraigado en la naturaleza humana?
Estas y otras preguntas ayudan
también en la búsqueda de respuestas a uno de las cuestiones centrales de
cualquier reflexión ética: ¿qué es lo que me ayuda a mí, y ayuda a los demás, a
alcanzar una vida plenamente realizada?
Las respuestas podrán ser
peores o mejores según la validez de los presupuestos que se adopten. Pero casi
siempre estarán unidas a una propuesta en la que sea posible dar consejos, a
otros y a uno mismo, para poder vivir éticamente. Lo cual, en el fondo, es algo
que necesitamos hoy como en cualquier otra época de la historia humana.