¿ES QUE YA
NO HAY QUE CONFESARSE?
Padre
Arnaldo Bazán
Desde hace algún tiempo se viene
notando una disminución notable en el número de los que se confiesan. Por otro
lado, es innegable que también hay un aumento en el número de los que comulgan.
¿No hay en eso una especie de
contradicción? ¿No será que mucha gente está comulgando indebidamente?
NECESIDAD
DE LA CONFESIÓN
Si tuviéramos que contestar
afirmativamente la última pregunta tendríamos que decir que se trata de algo
muy raro que ha estado ocurriendo últimamente, y es que la gente se ha vuelto
tan santa que ya no se cometen pecados, por lo que no hay nada que decir en el
sacramento de la Penitencia.
Ya sabemos, desgraciadamente, que
nada de esto ocurre. No es que seamos peores que la gente de otros tiempos,
pero tampoco somos mejores. Seguimos siendo los mismos pecadores de siempre,
por lo que continuamos con la necesidad de pedir perdón por nuestros pecados.
CONFESARSE
CON DIOS
Lo anterior es obvio, desde luego,
pues no creo que nadie, en su sano juicio, se crea un dechado de virtud. Los
mismos santos canonizados siempre se creyeron grandes pecadores, y por esa
humildad fue que lograron crecer en las virtudes y practicarlas en grado
heroico.
Lo que ocurre realmente es que ha
aumentado el número de aquellos que, equivocadamente, se creen con el derecho
de dejar a un lado la confesión sacramental de sus pecados para
"confesarse directamente con Dios. ¡Qué fácil!, ¿verdad?
Pero así de fácil no vale, pues
Jesús entregó a sus apóstoles el poder de perdonar o retener los pecados,
dependiendo de la disposición del que se confiesa, diciéndoles: "Reciban
el Espíritu Santo: a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedarán
perdonados, a quienes se los retengan, les serán retenidos" (Juan 20,23).
Este poder de perdonar los pecados
lo transmitieron los apóstoles a los que hoy llamamos obispos y presbíteros,
poder que ser recibe con el sacramento del Orden Sagrado.
Para que alguien pueda ser
perdonado por uno de estos ministros tiene que demostrar su disposición de
reconciliarse con Dios, haciendo muestra de su sincero arrepentimiento y
diciendo humildemente sus pecados para, de esta manera, reconocer lo que ha
hecho y proponerse a mejorar en el futuro.
Solo así podrá el ministro dar la
absolución sacramental, que es la ratificación del perdón que Dios otorga al
que se muestra sinceramente arrepentido.
FRECUENCIA
DE LA CONFESIÓN
Hace unos años la gente se
confesaba con mayor frecuencia. Muchos partían de una creencia falsa: de que
tenían que confesarse cada vez que iban a comulgar.
Esto no es cierto. Aquel que no ha
cometido ningún pecado grave puede ir a comulgar sin necesidad de la confesión,
pues el sacramento de la Penitencia solo es necesario para los que han cometido
pecados mortales. Eso sí, por disposición de la Iglesia, siempre habrá que
hacerlo al menos una vez cada año.
De todos modos, aunque uno se
mantenga en estado de gracia, es conveniente acudir al Sacramento varias veces
al año, sobre todo en los tiempos fuertes, como Adviento y Cuaresma, para
recibir las gracias especiales que otorga a los que lo reciben. Estas ayudan a
conservar la amistad con Dios por el cumplimiento de sus mandamientos.
Pero si uno comete un pecado mortal
no puede recibir la Comunión, sino que debe primero ir a este baño saludable
que es el sacramento penitencial, a fin de reconciliarse nuevamente con Dios y
reencontrarse con sus hermanos.
PARA
HACER UNA BUENA CONFESIÓN
Decir los pecados no es el único
requisito para hacer una buena confesión. Se necesita, sobre todo, el sincero
arrepentimiento de los mismos. Sin esto la absolución no surte ningún efecto.
Este arrepentimiento supone un
propósito de enmienda, que no es una promesa absoluta de no volver a cometer
los pecados, por cuanto solo con una gracia muy especial de Dios podríamos
evitarlos. Nosotros no somos lo suficientemente fuertes para hacer una tal
promesa. Tenemos, eso sí, que comprometernos a luchar para tratar de evitarlos
en cuanto nos sea posible.
Hay personas que se acercan a la
confesión estando en una situación matrimonial irregular, ya que están casados
o viviendo maritalmente con alguien sin la bendición de Dios. Estas personas
solo podrían recibir la absolución y volver a comulgar después de resolver esa
situación. Hay veces que esto es fácil y otras que no.
Si dos personas no tienen
impedimento alguno para casarse por la Iglesia, pueden lograrlo en poco tiempo
hablando con un sacerdote de su parroquia. Pero si alguno de ellos ha estado
casado anteriormente por la Iglesia, deberá primero presentar su caso al
tribunal de la diócesis a la que pertenece, por medio de un sacerdote de su
parroquia, para que su anterior matrimonio sea revisado, y si es posible probar
que había razones suficientes para pensar que el mismo no funcionaba como
debía, dicho tribunal podría declarar su nulidad.
UN
GRAN REGALO DE DIOS
El sacramento de la Penitencia o
confesión es un gran regalo que Jesús nos ha dejado, pues es un medio fácil de
obtener nuevamente las gracias recibidas en el Bautismo y perdidas por el
pecado.
Si un ministro nos lavó los pecados
y nos otorgó la gracia de ser hijos de Dios por el Bautismo, otro ministro debe
devolvernos esa gracia, pues es a la Iglesia, y no a nosotros como individuos,
a quien Cristo dio el poder de absolver y retener.
Ni siquiera el Papa, ni los
Obispos, ni los sacerdotes pueden absolverse a sí mismos de los pecados. Todos
debemos acudir a un ministro valido para recibir el perdón que Dios nos otorga
por intermedio de la Iglesia.
¿Que esto es difícil? No lo creo.
Solo los que no quieren humillarse ante Dios son los que rechazan este medio
del que debiéramos estar muy agradecidos, por ser un testimonio perenne de esa
misericordia divina que no agotan ni nuestros muchos pecados.
Arnaldo Bazán