COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO QUINTO: 20

Padre Arnaldo Basan

“Han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (5,43-45).

El amor a los enemigos es un tema que no siempre ha sido bien comprendido, lo que lleva a muchos a pensar que es algo imposible de realizar.

Tenemos que aclarar, pues, que lo que es imposible es sentir cariño hacia aquellos que nos hieren, ofenden o, inclusive, atentan contra nuestra vida o la de nuestros seres queridos.

Por otro lado el amor admite diferentes niveles. No es lo mismo el amor de una madre por sus hijos, o de los hijos por sus padres, o de los esposos entre sí. Como tampoco lo es nuestro amor por aquellos con los que compartimos la vida diariamente, que por los que ni siquiera conocemos.

¿Nos pide el Señor que amemos a nuestros enemigos como amamos a nuestros padres, hijos, esposos, familiares cercanos o amigos entrañables?

Claro que no. Lo que nos exige es que nunca nos declaremos enemigos de nadie, y que, por lo tanto, nunca hagamos nada en contra de ellos. No podemos odiar, porque eso corrompería nuestro corazón. Tampoco desear el mal o hacer el mal, ni aceptar en nuestro corazón deseos de venganza.

Es más, nos obliga a desear y hacer el bien incluso a aquellos que aparentemente no se lo merecen, es decir, a los que nos odian, nos atacan, nos critican, nos calumnian, nos hacen daño.

Esto es lo que llamaríamos amor de benevolencia y de beneficencia. Desear el bien y hacer el bien.

Así se nos dice repetidamente. A modo de ejemplo veamos esta frase de san Pablo en su carta a los Gálatas: "No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe" (6,9-10).

La obligación del cristiano es luchar constantemente contra el mal que existe en el mundo. No lo podremos extirpar, pero al menos podemos quitarle parte de su poder. Sin atemorizarnos debemos tener como consigna aquello que dice Pablo en la Carta a los Romanos: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (12,21).