Reflexiones de un condenado a
muerte
P. Fernando Pascual
22-11-2020
Jacques Fesch
(1930-1957), en la tarde del 25 de febrero de 1954, perpetró un robo a mano
armada. En la fuga, un policía le dio el alto. Jacques disparó y lo mató.
Fue arrestado inmediatamente.
En los más de tres años de cárcel, hasta la ejecución por guillotina el 1 de
octubre de 1957, se produjo un cambio profundo en su alma.
Jacques había crecido lejos de
Dios. Su vida, según se hizo evidente sobre todo tras el asesinato del policía,
estaba llena de desórdenes y de daños internos. Había caminado sin rumbo, y
llegó a la tragedia.
La cercanía de varias
personas, sobre todo del abogado y del capellán de la cárcel, ayudaron a
Jacques a encontrarse con Dios. Ese encuentro transformó su vida, como se
evidencia en sus cartas.
En los dos meses que le
prepararon a su muerte, Jacques escribió unas notas dirigidas a su hija, Veronique, de 6 años, con el deseo de que pudiera leerlas
tras la muerte de su padre, como un diario íntimo, espiritual.
En esas líneas, el corazón de
Jacques se hace transparente. Publicadas varias décadas después de los hechos,
permiten ver los altibajos de quien ve llegar su momento definitivo.
El texto inicia con este
sencillo párrafo: “Esto es mi diario, el único bien que te lego a falta de esos
otros que los padres suelen dejar a sus hijos. Te doy lo que tengo para que,
cuando seas una mujer, puedas seguir a través de estas líneas la vida del que
fue tu padre y no ha dejado de quererte ni un momento”.
En seguida, dice a su hija que
va a morir: es plenamente consciente de ello. Pero sabe que su existencia ha
estado rodeada por el Amor de Dios, y quiere así cantar la misericordia
recibida.
Impresiona un texto escrito en
circunstancias tan dramáticas y, al mismo tiempo, con el vivo cariño de un
padre que se siente en parte fracasado, pero no por ello sin esperanza.
El lector del diario puede
asomarse a la sucesión de momentos mejores, de especial encuentro con Dios, y
momentos de hundimiento, como si la noche hubiera apagado las certezas del día
anterior.
“Alegría, alegría y gracias a
Dios. Hace tres días que he recuperado la fe. No es que me hubiera abandonado
del todo, sino que, con el tiempo y las pruebas, se había instalado cómodamente
en una tibieza que, según se dice, hasta el mismo Infierno rechaza. Por segunda
vez en mi vida se caen las escamas de mis ojos y de nuevo percibo cuán dulce es
el Señor” (3 de agosto de 1957).
Dos días después, Jacques
escribe: “Todas las mañanas me levanto triste y con la mente en blanco. Me
invaden los mismos amargos pensamientos de siempre y solo me siento fuerte y
rodeado de solicitud después de haber rezado. Jesús está aquí, junto a mí, casi
lo palpo. Le llamo y al momento me invade su dulzura, llenándome de alegría.
¡Como un crío! Evidentemente, los momentos de oscuridad que estoy atravesando
me resultan más penosos todavía si los comparo con los de consolación. Me falta
confianza en Su amor. Hay egoísmo en mi búsqueda de la ayuda que me presta.
Aunque rinda mi voluntad para someterla a la Suya, continúo esperando que Él
haga todo el trabajo. Me siento inquieto porque percibo mi miseria como nunca,
y comprendo que los dones que recibo son desproporcionados a mis lamentos en
petición de ayuda. ¡Poder de la oración! Tengo que hacer un esfuerzo de
voluntad mayor para creer, sobre todo en la noche del alma; entonces mi
plegaria cobrará más valor. Sin embargo, desde el punto de vista de la
sensibilidad, parece verdad lo contrario. Esta búsqueda de Dios es agotadora”
(5 de agosto de 1957).
Dos días antes de su muerte,
ofrece su vida a Dios: “Busco a mi Jesús, que la mayoría de las veces se me
revela de modo sensible; y, si este gozo me abandona, solo tengo un deseo:
recuperarlo. Esta idea no me deja tiempo para pensar en la muerte y, cuando
alcanzo dicho gozo, no se me ocurre pensar en temores. Querido suplicio que me
va a hacer ganar el Cielo. ¡Qué lástima no poder dar la vida como los mártires
que mueren por no renegar de su fe! Aunque el castigo sea injusto, yo soy
culpable y ofrezco a Dios todo lo que puedo ofrecerle” (29 de septiembre de
1957).
Su último día transcurre entre
despedidas, emociones, miedos y esperanza. Todo está ya decidido. Queda la
lucha decisiva, la que prepara al alma al encuentro con Dios.
“Me siento ligero, ligero y,
por el momento, el temor se ha desvanecido. No estoy solo porque Dios está
conmigo. ¡Solo cinco horas de vida! Dentro de cinco horas veré a Jesús. ¡Qué
bueno es nuestro Señor! Ni siquiera espera a la eternidad para recompensar a
sus elegidos. Me atrae dulcemente hacia Él dándome una paz que no es de este
mundo” (30 de septiembre de 1957).
El diario queda interrumpido.
Los últimos momentos transcurren rápidos. Antes de la ejecución, Jacques Fesch toma un crucifijo y lo besa. Lo que ocurrió después
queda ya en el corazón de Dios y en el de un hijo que lloró sus pecados y se
abrió a la esperanza en la misericordia divina...
(Los textos de la traducción
al castellano del diario están tomados de la siguiente edición: Jacques Fesch, Dentro de cinco horas veré a Jesús. Diario de
prisión, Palabra 2012, 5ª edición).