COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
QUINTO: 12
Padre Arnaldo
Bazán
“Porque
les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entrarán en el Reino de los Cielos. Han oído que se dijo a los antepasados: No
matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo les digo: Todo
aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el
que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que
le llame "renegado", será reo de la gehenna
de fuego”(5,20-22).
Los escribas y los fariseos se
ufanaban de conocer las Escrituras y de seguir unos principios superiores, pero
en la práctica se quedaban sólo en las palabras.
Ya alguien dijo que el infierno está
lleno de buenas intenciones. Pero Jesús recalca que eso no basta. Sus
discípulos tenemos que demostrar, con nuestra manera de vivir, que no nos
quedamos ni en palabras ni en buenas intenciones.
Por eso nos dice que no basta con
que el quinto mandamiento ordene no matar, pues hay muchas maneras de hacer
daño al prójimo.
Algunos, todavía hoy, para
demostrar que son buenas personas, dicen que no han matado a nadie. Eso está
muy bien, pero hay que ver si no han cometido crímenes odiando, despreciando al
prójimo, o guardando en su corazón deseos de venganza. Sobre esto dice san
Juan: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y ustedes saben
que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1ª Juan 3,15). Segun esto, aunque no usemos un arma para abatir a un
prójimo, podemos enterrarlo en un cementerio particular en nuestro corazón.
Todo asesinato comienza por el
desprecio a la vida de los demás. De ahí que matar pueda ser tan fácil para
algunos. No importa que sea un adulto o un niño que está todavía en el vientre
de la madre.
Y esto vale también para la vida
propia. Porque hay quienes no cuidan su vida, atentando contra la salud de su
cuerpo con vicios como el fumar, las drogas, o la lujuria. Son muchos los que
mueren cada año por estos excesos.
También atentamos contra el hermano
cuando nos dejamos llevar por la ira, desfogándola incluso con personas
inocentes que nada nos han hecho. Jesús nos llama la atención sobre eso, para
que no creamos que las palabras no tienen importancia. A veces por una palabra
mal dicha se comienza una enemistad que dura toda la vida, o se desata una
furia que termina con la muerte de alguien o de algunos.
Santiago dice de la lengua que es
"un animal inquieto; cargado de veneno mortífero" (3,8). ¡Cuidémosla,
pues!