COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
QUINTO: 13
Padre Arnaldo
Bazán
“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda” (5,23-24).
Si hay alguna exigencia evangélica
difícil de cumplir es ésta del perdón de las ofensas. Pero, en este caso, Jesús
no se refiere propiamente a perdonar al que nos haya ofendido, sino a
reconciliarnos con aquellos a quienes nosotros podríamos haber ofendido.
Una cosa es perdonar y otra pedir
perdón. Se supone que si nosotros imitamos a Dios en su compasión y
misericordia, tenemos la obligación de perdonar a todo el que se acerca a
nosotros y, reconociendo su culpa, nos pide que lo perdonemos.
Si bien no podemos guardar rencor
ni menos odio contra nadie, pues de hacerlo estaríamos envenenando nuestra
alma, no estamos obligados a acudir al que nos ha ofendido para perdonarlo,
sino que se supone que es él quien tiene que venir a pedir perdón.
Puede uno, sin ningún escrúpulo,
mantenerse alejado del que le ha ofendido, si de parte de esa persona no ha
habido señal de que está arrepentido y de que desea pedir perdón.
Esa es la condición que el mismo
Dios nos pone para perdonar nuestras ofensas. De nuestra parte tenemos que
estar siempre dispuestos a otorgar el perdón, como nuestro Padre lo está para
nosotros.
Otra cosa ocurre cuando uno ha sido
víctima de un asalto, robo, u otra acción considerada como contraria a la Ley.
En ese caso, sin albergar ningún tipo de deseo de venganza ni odio, podemos
exigir que el peso de la misma caiga sobre el delincuente. De no hacerlo
estaríamos otorgando a los malvados una especie de permiso para seguir con sus
fechorías. La sociedad tiene que defenderse de los delincuentes. Para eso hay
leyes y medios para hacerlas cumplir. Cuando una persona no quiere proceder de
acuerdo a lo que se considera correcto, hay que obligarlo a hacerlo por medio
de multas, arrestos o hasta una larga condena en la cárcel.
Esto lo exige el Bien Común, que
está por encima de los bienes particulares. No olvidemos, con todo, que Jesús
nos exige también que cuando seamos nosotros los ofensores, estemos dispuestos
a pagar por nuestros delitos, y si sólo son ofensas menores, a pedir perdón a
los que hemos ofendido y a comprometernos a corregir nuestras formas de actuar
en el futuro.