Sobre lo natural y lo
artificial
P. Fernando Pascual
15-11-2020
Resulta fácil contraponer lo
natural y lo artificial. Lo que no resulta tan fácil es explicar los motivos de
tal contraposición y algunas consecuencias importantes que puedan derivarse de
la misma.
Que una planta crezca solemos
considerarlo como algo natural. Que se construya un alto edificio de cemento lo
declaramos algo artificial.
Quizá haya fenómenos naturales
que tienen cierta semejanza con la producción técnica de los seres humanos, por
ejemplo, la construcción de una colmena por parte de abejas o avispas. Pero
este caso también solemos considerarlo como algo natural, que se explica
gracias a un instinto que dura desde hace miles de años.
Ante los muchísimos casos
donde lo artificial es atribuible plenamente al ser humano, tienen sentido
preguntas tantas veces formuladas en el pasado, y que son todavía más urgentes
en el presente: ¿todo lo producido artificialmente sería bueno? ¿O hay
productos técnicos dañinos?
Tales preguntas están acompañadas
por una idea más o menos consciente: producir algo de modo artificial implica
cierta responsabilidad respecto de nosotros mismos y respecto de las demás
formas de vida que conviven con los humanos.
Esa responsabilidad solo
resulta admisible si aceptamos que existe una fuerte diferencia entre las
actividades naturales de todas las especies vivientes del planeta, y las
actividades (naturales y no tan naturales) propias de nuestra especie.
Esa diferencia se explicaría,
en algunas visiones filosóficas, gracias a la existencia en el hombre de una
inteligencia y de una voluntad que permiten realizar actos libres y creativos,
desde los cuales surgen numerosos y muy variados productos técnicos construidos
a lo largo de la historia.
Es cierto que existen otras
visiones filosóficas que no admiten ninguna diferencia radical entre las
acciones humanas y las acciones de otros animales. Pero en esas visiones sería
difícil admitir una distinción entre lo natural y lo artificial, pues todas las
acciones humanas (incluso las propias de tecnologías muy sofisticadas) serían
tan naturales como las de esos animales.
Si se llega a la conclusión
anterior (lo técnico, en el fondo, también sería natural), resultaría sumamente
difícil acusar a los seres humanos de provocar daños culpables en el mundo con
sus actividades técnicas, pues habría que declarar lo técnico como natural.
En realidad, la tecnología
producida por el ser humano supera en mucho lo que se puede explicar con las
leyes naturales que rigen el comportamiento de los animales. Por eso mismo,
podemos juzgar por sus acciones técnicas a los seres humanos cuando producen
daños de mayor o menor gravedad en nuestro planeta.
Parece, entonces, claro, que
la diferencia entre lo natural y lo artificial se explica adecuadamente cuando
reconocemos que nuestra especie tiene características que la hacen diferente de
los animales. Esas características fundamentan la enorme responsabilidad que
tienen nuestras acciones sobre nosotros mismos y sobre el conjunto de vivientes
que comparten nuestro mismo planeta tierra.