Los hijos antes de nacer
P. Fernando Pascual
15-11-2020
Entre las urgencias de nuestro
mundo hay una que exige un esfuerzo colectivo para salvar a los más inocentes
entre los seres humanos: los hijos antes de nacer.
Es cierto que existen muchas
voces y organizaciones que buscan un mundo más humano y más fraterno. Entre
esas voces debe vibrar, con una intensidad especial, la búsqueda de ayudas para
que ningún hijo sea eliminado a través del aborto provocado.
Juan Pablo II lo vio con
claridad en sus años de Papa. Por eso lanzó una invitación general para que
hombres y mujeres de buena voluntad se movilizasen a favor de los embriones y
fetos humanos.
“Es urgente una movilización
general de las conciencias y un esfuerzo ético común, para poner en práctica
una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una
nueva cultura de la vida: nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los
problemas propios de hoy sobre la vida del hombre; nueva, para que sea asumida
con una convicción más firme y activa por todos los cristianos; nueva, para que
pueda suscitar un encuentro cultural serio y valiente con todos” (“Evangelium vitae”, n. 95).
Esa movilización, desde luego,
también incluye la búsqueda de ayudas a los ya nacidos, a los pobres, a los
hambrientos, a los enfermos, a los ancianos, a los que no tienen trabajo, a los
emigrantes, a los perseguidos por gobiernos injustos, a las víctimas de todo
tipo de violencia.
Pero se centra en quienes son
parte de la familia humana antes del parto. En el esfuerzo por unirnos en la
fraternidad humana, en el reconocimiento de que todos tenemos por Padre al
mismo Dios, hace falta implementar ayudas a madres en dificultad, de forma que
puedan acoger a sus hijos y abrazarlos con el cariño que merecen.
El mundo no puede cerrar los
ojos ante el drama del aborto. Millones de hijos son eliminados cada año,
muchos de ellos por culpa de leyes y de gobiernos que han hecho sumamente fácil
suprimirlos, incluso con dinero público que debería estar destinado a proteger,
no a matar.
Por eso, ante tanta
indiferencia de muchos frente al drama del aborto, las voces de movimientos
verdaderamente populares, porque son movimientos a favor de la vida de los
seres humanos más pequeños, denunciarán el mal terrible del aborto, y
difundirán esa “cultura de la vida” que supo promover con valentía San Juan
Pablo II.
Sus palabras conservan, en
nuestros días, una fuerza y actualidad sorprendentes:
“Hoy una gran multitud de
seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no
nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la
Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces
existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del
pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo
injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como
elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial” (“Evangelium vitae” n. 5).