Novena a la Inmaculada
Rebeca
Reynaud
La Novena a la Inmaculada se empieza del 30
de noviembre y se termina el 8 de diciembre, o bien, se empieza algún día del 1
al 8 de diciembre —si antes no se pudo— y se termina nueve días después.
Durante 9 días se hace algo en honor a la
Virgen María: se reza el Rosario, se va a Misa, se medita algún privilegio de
la Madre de Dios o se hace algún sacrificio pequeño. La Novena se puede hacer
de modo personal o invitamos a algunos familiares o amigos a hacerla. Es una
ocasión para conversar personalmente con alguno de ellos. Los niños también la
pueden hacer a su manera, rezando unas oraciones cortas o una Salve a la Virgen
María.
Las prerrogativas que la Iglesia reconoce en
María son: Madre de Dios y de los hombres, Virgen perpetua, Inmaculada, Madre
de la Iglesia, Corredentora, Asunta al Cielo, Reina y Medianera de la gracia.
No sabemos la fecha del nacimiento de Santa
María. Vio la luz en una ciudad de Galilea, en el hogar de Joaquín y Ana. Nadie
se percató del alcance de lo que estaba ocurriendo. Dios actúa con esa
naturalidad, burlando los juicios humanos, que muchas veces van en busca de lo
extraordinario. Nadie supo en la tierra del nacimiento de la que iba a ser
Madre de Dios. Sólo en el Cielo hubo fiesta grande, porque comenzaba el alba de
nuestra redención.
Durante muchos siglos, los judíos aguardaron
a una mujer de la casa de David que engendraría al Mesías y traería la
salvación a la tierra. Tras
la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se
instaura la nueva Economía, al tomar de Ella la naturaleza humana el Hijo de
Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los misterios de su
humanidad (Lumen gentium 55).
Jamás ahondaremos bastante en el misterio del
Corazón materno de la Virgen, que desde el Cielo sigue cuidando de nosotros.
Tratarla más, revisar cómo vivimos las Normas marianas. Todavía falta mucho, mucho, para amar a Jesús y a María como se debe. No se
ama cuando se murmura, se miente, se roba o se vive en la impureza.
En la Novena, podemos ponernos una meta personal y una meta a
favor de los pobres, vivir alguna obra de misericordia o hacer más apostolado
personal.
Mons. Luis María Martínez —mexicano en proceso de canonización— escribe: “Yo conozco los gustos
íntimos de Jesús y, sé que más que nuestras obras y que nuestros sacrificios le
gustan nuestro amor y nuestra intimidad. Para Él la música mejor es oír de
nuestros labios la melodía de los cielos que se esconde en esa expresión
brevísima e insondable: “te amo”. Y el mayor homenaje para Él es un acto de
amor puro, de ese que, según San Juan de la Cruz, vale más que todas las obras.
El beato Enrique
Susón (1296-1366) escribe: “Las faltas
interiores son muchas, pero tres son las más graves: la tristeza que nos
invade, la melancolía que nos confunde y la duda que nos encadena”. Su libro Las nueve Rocas indica los
diversos grados de perfección que alcanzan los cristianos. En la última roca están quienes han
aprendido a conocerse a sí mismos y que, por lo mismo, han conseguido
abandonarse plenamente en Dios. Ellos parecen desterrados en el cuerpo y, sin
embargo, resplandecen como ángeles; tienen miedo a recibir consolación, porque
desean conformarse totalmente a Cristo crucificado. Sobre ellos se apoya toda
la cristiandad y, si ellos no existieran, Dios entregaría todo en manos del
demonio.
La presencia silenciosa de María se adivina
en la vida del Señor. También se adivina en la vida de la Iglesia y en la de
cada uno de sus hijos. María edifica continuamente la Iglesia. Podemos decirle con un poeta:
El Señor ha plasmado en tu alma, María
la más
bella historia de amor,
en tu
boca plasmó el silencio,
y en
tu alma firmeza y valor.