Entre conformistas y
reformadores
P. Fernando Pascual
8-11-2020
En los grupos humanos conviven
muchos tipos de personas que actúan de modos diferentes. Hay dos grupos que
parecerían contrapuestos, pero que pueden complementarse.
El primer grupo serían los
conformistas: aquellas personas que aceptan sin problemas las normas e
indicaciones que reciben, la situación en la que se encuentran. Se unen
fácilmente entre sí, trabajan según lo que dicen los “jefes”, no presentan
quejas ni rebeldías.
El segundo grupo serían los
reformadores (o inconformistas): aquellas personas que tienen una actitud
crítica ante las indicaciones que reciben y la situación en la que se
encuentran, al mismo tiempo que proponen alternativas y modos diferentes de
actuar.
Pensemos en algo tan sencillo
como organizar cajas en un almacén. El encargado de un grupo de trabajo da las
indicaciones. Unos se ponen en seguida a trabajar. Otros proponen otra manera
de desplazar las cajas, de apilarlas, de distribuir los espacios...
En una sociedad, la presencia
de conformistas (palabra a veces usada con un sentido algo negativo) facilita
mucho las cosas. Basta con recordar que en el tráfico una mayoría de
conformistas que obedezca las señales e indicaciones promueve orden y menos
accidentes.
Pero si todos fuesen
conformistas, faltaría esa chispa típica del ser humano que permite ver más
allá de lo ordinario, de lo que se hace siempre de la misma manera, para
abrirse a iniciativas enriquecedoras y, muchas veces, útiles para mejorar las
cosas.
Existe el peligro de que entre
los reformadores se produzcan choques ante propuestas diferentes, incluso
incompatibles. Las luchas políticas reflejan este peligro. También es posible
que conformistas y reformadores luchen entre sí, porque los primeros no desean
cambios, mientras los segundos están convencidos de su necesidad.
Lo importante, como en todo,
es encontrar una justa medida. Lo cual resulta posible cuando hay espíritu de
diálogo, cuando los conformistas reconocen que hay cambios valiosos, y los
reformadores admiten que, tras analizar las diversas opciones, llega un momento
en aceptar lo decidido y ponerse a trabajar juntos.
El mundo ha sufrido y sufre
por muchos conflictos, provocados en ocasiones por reformadores demasiado radicales.
También sufre por la inercia y la posible apatía de conformistas que se someten
a autoridades que pueden actuar de modo egoísta y dañino para la sociedad.
Por eso, buscar un camino de
síntesis entre un sano conformismo respecto de aquello que sea bueno y justo, y
una sana actitud de reforma, en lo que pueda mejorarse, permitirá que las
personas convivan en armonía y se enriquezcan mutuamente desde sus modos
diferentes de pensar y de actuar.