Lo cotidiano
P. Fernando Pascual
8-11-2020
En un mundo de tecnología y de
prisas, de mil opciones y mensajes, perviven, como rocas indestructibles, esas
actividades rutinarias que forman lo cotidiano.
Porque en la era de las bombas
atómicas, de las naves espaciales, de los móviles y de los trenes de alta
velocidad, hay que limpiar la mesa, lavar los platos, planchar la ropa y otras
acciones “tradicionales” y, según algunos, “inútiles”.
En realidad, la utilidad de un
acto no se mide solo por la satisfacción que pueda producir. Hay acciones que
no agradan en absoluto pero que protegen la propia salud, como lavarse las
manos, o mejoran las relaciones, como un adiós educado al salir de casa.
En ocasiones, lo cotidiano
parece quitar el tiempo que nos gustaría dedicar a cosas que anhelamos, como
probar un nuevo programa electrónico o ver un concierto online.
Pero lo cotidiano, vivido con
sencillez, con alegría, como servicio a los demás, puede tener un valor que no
puede compararse a algunas conversaciones inútiles en un chat de amigos.
Lo importante es saber
invertir el propio tiempo en aquello que realmente ayuda a la propia paz
interior (la auténtica, la que nos acerca a Dios), y nos permite reencontrar modos
concretos y sencillos para ayudar a otros.
Tal vez lo cotidiano no suba
al WhatsApp (aunque algunos sí lo suben), ni se vea en Youtube,
ni tenga una serie de “likes” en otros lugares de
internet.
A pesar de su aparente “invisibilidad”,
lo cotidiano permite que tengamos un plato de comida en la mesa, que
disfrutemos de un poco de aire fresco en la oficina, y que podamos extasiarnos
ante una flor en un parque público regado todos los días por un jardinero
generoso.
Lo cotidiano conserva, hoy
como en el pasado, una frescura y una belleza que hacen al mundo un poco más
humano y más sencillo: porque toca dimensiones esenciales de la vida, y porque
nos permite acercarnos a Dios y a los hermanos...