Un joven pide dirección
espiritual
P. Fernando Pascual
1-11-2020
El padre abad recibió la nota
de un joven aspirante a la vida del monasterio. Descubrió en seguida su buena
fe y su deseo de ser ayudado.
Se sentó en la computadora y
empezó a escribirle, con sus mejores deseos, un mensaje de acogida, además de
ofrecer las primeras indicaciones.
“Te mando un saludo esperando
estés muy bien. Con estas líneas quiero responder a tu petición de empezar
conmigo un camino de acompañamiento espiritual.
Cuenta con mi plena
disponibilidad. Quiero, además, dejarte libre para que, después de los primeros
encuentros, veas si crees que puedo ayudar o prefieres buscar a otro sacerdote
de la comunidad como director espiritual.
Antes de la primera cita, creo
que es bueno recordar que una dirección espiritual se sitúa en un clima de fe:
tú y yo creemos en Cristo, deseamos conocer más al Padre, intentamos escuchar
al Espíritu Santo.
Además, nos movemos dentro de
la Iglesia, que es nuestra Madre y Maestra, que intenta ser fiel a Cristo y que
camina, con sus límites, pero siempre con esperanza, entre los hombres hacia la
meta definitiva del cielo.
En el caminar cotidiano,
necesitamos tomar el Evangelio como referencia, y escuchar a Cristo que nos
invita a ser perfectos como el Padre, a negarnos a nosotros mismos, a tomar la
cruz cada día, a hacernos como niños.
Solo en ese contexto
verdaderamente cristiano, nuestros encuentros podrán tener algún provecho.
Porque no se trata simplemente de resolver dudas, de dar ánimos en momentos de
desaliento, de moderar ímpetus de sacrificios exagerados.
Lo único importante es
abrirnos a Dios y aprender a identificar Su voz en medio de tantas otras voces
que pueden distraernos, o engañarnos, incluso con apariencia de bien (el
demonio puede presentarse como si fuera ángel de luz, cf. 2Cor 11,14).
La voz de Dios, como dicen
algunos autores, se hace presente en muchos lugares y modos. Es sencilla,
respetuosa, a veces insistente, pero nunca suprime nuestra libertad.
Dios no nos quiere esclavos,
ni miedosos, ni mercenarios. Nos acoge como hijos. Y un hijo vive sereno,
tranquilo, con una libertad interior que embellece cada paso de nuestra vida
interior.
Dos últimas ideas en este
primer saludo. Es muy importante lo que lees, lo que escuchas, lo que ves. Cada
uno nutre su corazón desde miles de mensajes que llegan por los oídos y por los
ojos.
Por eso, es necesario escoger
a buenos maestros y guías para tus lecturas, que podrás encontrar, sobre todo,
en la Biblia, y, luego, en muchos católicos de los primeros siglos o más
cercanos a nosotros.
La segunda idea es que no
esperes de mí una solución rápida para todo. No quiero decirte lo que tienes
que hacer, sino que me gustaría que escuchásemos juntos lo que ocurre en tu
alma para discernir qué viene de Dios y qué viene del mundo, del demonio o de
la carne.
Luego, tras el discernimiento,
te corresponde, ante Dios, tomar tus decisiones. Como hijo, en libertad, y como
parte de la gran familia de nuestra Iglesia católica.
Te dejo por ahora. Rezaré por
ti para que Dios te acompañe en este momento de decisiones tan importantes.
Reza por mí, para que pueda ser un hermano que se abre a la acción de Dios y
que busca solamente el Reino de Dios y su justicia...”