Rezar por las almas del Purgatorio 

Rebeca Reynaud 

 

“He aquí que paso la noche rezando por las almas del Purgatorio, y el día por la conversión de los pecadores. La práctica de la oración por la liberación del Purgatorio es, después de haber rezado por la conversión de los pecadores, la más agradable a Dios” (El Santo Cura de Ars). 

En el Purgatorio las almas de los justos pagan su deuda a la justicia Divina. Las penas del Purgatorio no son las mismas para todas las almas. Varían en duración e intensidad según la culpabilidad de cada uno. En el Purgatorio reina una gran paz y una alegría cierta pues ven su pena como un medio de glorificar a Dios y llegar al Cielo. 

 

Las almas del Purgatorio están seguras de su salvación, no tienen el menor movimiento de impaciencia ni cometen la menor imperfección; pero en la otra vida ya no pueden merecer. Aman a Dios más que a sí mismas. Están en una especie de infierno en cuanto al dolor, pero en un paraíso en cuanto a la dulzura que hay en su corazón. Allí las almas están en un estado de necesidad y de receptividad. Nuestras oraciones las alivian mucho, y más aún la Santa Misa. Por eso es oportuno ofrecer en noviembre la Misa, la Comunión y el Rosario por ellas. 

 

Cuando la Iglesia dejó de hablar del purgatorio, la gente empezó a darle importancia a la reencarnación porque el ser humano ve la necesidad de purificación. Por eso es importante hablar sobre el purgatorio. 

 

En el libro El Purgatorio, Una revelación particular. Anónimo. Ed. Rialp, Madrid 2007, se lee: 

Las almas del Purgatorio sufren mucho al verse olvidadas por las personas que viven en la tierra, porque ven en ello una negligencia. 

“Me ha sido mostrado que en el seno del purgatorio hay constantemente un número de almas muy superior al de las personas que están todavía en la tierra. Y masas y masas llegan cada día” (100). Hay muchas más almas en el Purgatorio que en el infierno. El autor del libro escribe: Un Ángel me dice: “El peligro de condenarse va siempre creciendo debido a las aberraciones de vuestra manera de vivir (…) No hay ni un alma de cada diez que trabaje para su salvación. Estáis ante un periodo muy grave a causa de los atentados perpetrados directamente contra la vida y contra las fuentes mismas de la vida. Dios está presto a castigar a la humanidad a la medida de sus crímenes. La santidad de Dios tiene para vosotros grandes exigencias. Olvidáis que sois creados a imagen y semejanza de Dios (…). Pero la Trinidad va a suscitar entre vosotros un ejército de santos, un gran número de adoradores que despreciarán lo mundano para dedicarse a buscar la gloria de Dios, y para trabajar en el silencio y la oración por la salvación de todos sus hermanos” (101-103). 

 

Las benditas almas del Purgatorio “se unen de manera particular a todas las celebraciones litúrgicas de la tierra, y estas fiestas marcan para ellas un cierto ritmo, aunque no conocen ya la medida del tiempo” (130). Con ocasión de algunas fiestas y, especialmente, las de la Virgen, muchas son liberadas. 

 

María SIMMA escribe: Ningún alma querría volver del Purgatorio a la tierra: Aún cuando allá el sufrimiento es terrible, sin embargo, existe la certeza de vivir para siempre con Dios. No quieren volver a la tierra, donde nunca estamos seguros de nada. 

 

Los pecados que llevan al Purgatorio son los pecados contra la caridad, la dureza de corazón, la hostilidad, la maledicencia, la calumnia, rehusarse a la reconciliación... La persona que desaprovecha sus sufrimientos, al morir ve lo mucho que pudo haber ganado –para el bien de ella y de otros, por la comunión de los santos-, llevándolos bien. 

 

Lo mejor que podemos hacer, dice María Simma, es unir nuestros sufrimientos a los de Jesús, poniéndolos en manos de María Santísima. Contemplar los sufrimientos del Señor en el Via Crucis ayuda a odiar el pecado y desear la salvación de todas las personas, y esto da alivio a las almas del Purgatorio. Por medio del Rosario, muchas almas salen del Purgatorio. Las indulgencias tienen también un valor inestimable para ellas. 

 

Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en favor de sí mismas porque al momento de la muerte, el tiempo de ganar méritos se termina. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Cada uno de nosotros tiene el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hagamos hecho. Pero a menudo el sufrimiento nos lleva a rebelarnos. 

 

Los sufrimientos son la prueba más grande del amor de Dios. Debemos acogerlos como un don y entregarlo a Nuestra Señora. Ella es quien sabe mejor quien necesita tal o cual ofrenda para salvarse. Los sufrimientos soportados con paciencia salvan más almas que la oración, dice María; pero la oración nos ayuda a soportar nuestros sufrimientos. 

 

En el Purgatorio hay diferentes grados de dolor. Cada alma tiene un sufrimiento único. Los Ángeles custodios les proporcionan consuelo.