Nadie se salva solo
P. Fernando Pascual
24-10-2020
Todos los seres humanos
estamos unidos: porque fuimos creados por Dios, porque Cristo murió por todos,
porque el cielo está abierto a todos. Todos somos hermanos.
Por eso, sea para el bien, sea
para el mal, existe una unidad y una relación sorprendente entre lo que hacemos
y lo que dejamos de hacer, pues cualquier acto afecta, aunque no nos demos
cuenta, a los demás.
Benedicto XVI lo explicaba en
su encíclica “Spe salvi”.
Sus palabras recuerdan estas profundas verdades:
“Nadie vive solo. Ninguno peca
solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en
lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de
los demás, tanto en el bien como en el mal” (“Spe salvi” n. 48).
Estas verdades se aplican de
un modo concreto a la intercesión: puedo rezar por otros, al mismo tiempo que
recibo el efecto de las oraciones que muchos ofrecen por mí.
Así lo subrayaba el Papa
Benedicto en el texto que estamos citando: “Así, mi intercesión en modo alguno
es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En
el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede
significar una pequeña etapa de su purificación”.
Esto vale, sobre todo, para el
amor, y vale también para la esperanza. Seguimos con el texto del Papa:
“Nuestra esperanza es siempre
y esencialmente también esperanza para los otros; solo así es realmente
esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos
solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿qué
puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la
estrella de la esperanza? Entonces habría hecho lo máximo también para mi
salvación personal” (“Spe salvi”
n. 48).
Cuando quiero mi verdadero
bien, cuando busco mi completa salvación, me uno a mis hermanos. No camino
solo: estoy en la misma barca, avanzo hacia la misma meta, soy parte del mismo
Cuerpo de Cristo.
Dios me ofrece hoy nuevas
oportunidades para alcanzar la salvación, para acoger su misericordia. Mi
respuesta será auténtica si se coloca en el horizonte de las relaciones que
forman el entramado de cada existencia humana y que permite alcanzar la meta
que nos ofrece Cristo gracias a su muerte redentora en el Calvario.