Rencor es como mosca
Marta Morales
El Papa Francisco comparó el rencor
es como una mosca en día de calor. Y pregunta: ¿Te lo llevarás a la tumba? ¡Cuántas lágrimas y sufrimientos podrían evitarse, si el
perdón y la misericordia fuesen el camino de nuestra vida. ¡Cuántas familias
desunidas! ¿Cuántos hermanos y hermanas que guardan
rencor! Hay que reconciliarse cuanto antes. La Siracide
dice: “Recuerden el final y dejen de odiar”. En cuanto menos lo pensemos,
estaremos en un ataúd.
En rencor es un sentimiento de
hostilidad o de gran resentimiento hacia una persona a causa de una ofensa o un
daño recibido. El resentimiento es ira reprimida”. Cuando
hay resentimiento estamos siempre de mal humor, nos quejamos de todo, nos
volvemos sarcásticos e hirientes, todo criticamos, todo nos parece mal.
El resentimiento nos lleva a culpar y
responsabilizar a otro por las aflicciones personales, por la ofensa o por la
falta de alegría, y no se busca la respuesta dentro de uno mismo. Cuando no se
cumplen las expectativas, quieres controlar todo y tienes planes y proyectos
inflexibles e inamovibles.
Emmanuel Kant decía: “La impaciencia
es la debilidad del fuerte y la paciencia la fortaleza del débil”.
Heráclito de Efeso
escribió: Hay que mostrar mayor rapidez en calmar un resentimiento que en
apagar un incendio, porque las consecuencias del primero son infinitamente más
peligrosas que los resultados del último; el incendio finaliza abrazando
algunas casas a lo más, mientras que el resentimiento puede
causar guerras crueles
con la ruina y destrucción total de los pueblos.
El resentimiento es volver a sentir
pero tratando de no sentir, pero hay ira y enojo. Es como un veneno que altera
la salud interior. “El resentimiento es ira reprimida”. Cuando hay
resentimiento, dice Gloria Eva “estamos siempre de mal humor, nos quejamos de
todo, nos volvemos sarcásticos e hirientes, todo criticamos, todo nos parece
mal”.
El resentimiento nos lleva a culpar y
responsabilizar a otro por las aflicciones personales, por la ofensa o por la
falta de alegría, y no se busca la respuesta dentro de uno mismo. Cuando no se
cumplen las expectativas, quieres controlar todo y tienes planes y proyectos
inflexibles e inamovibles.
Si hay un enfermo en casa o un dolor,
se disimula, se tapa esa molestia para que no duela. Se entierran los
sentimientos que afligen y eso da como fruto el rencor y el resentimiento, por
falta de valentía para afrontar los problemas. Se guarda el sentimiento o la ofensa, no se
perdona, se queda dentro y se vuelve a experimentar una y otra vez aunque el
tiempo transcurra. Así, poco a poco, esa persona se vuelve antisocial, agresiva
y desconfiada. Piensa que todos la agraden.
Cuando se habla de lo que se lleva
dentro, la persona piensa con más profundidad con ayuda de quien la escucha. Al
describir el enojo o
el resentimiento, éste pierde fuerza, y disminuye su influencia en nosotros. Si
una persona está muy dolida y enojada, puede escribir lo que siente y romperlo
una semana después. Es importante liberar el sentimiento de manera adecuada. A
muchas personas les ha ayudado hacer verdadera oración. Contarle a Dios, con el
corazón en la mano, lo que afecta.
Francisco Ugarte, filósofo mexicano,
tiene un libro sobre el tema titulado “Del
resentimiento al perdón” (Ed Panorama), que es todo un tratado de cómo
manejar la susceptibilidad, tan propia de nuestro pueblo. Afirma que el
resentimiento aparece como reacción a un estímulo negativo que hiere el propio
yo. Luego agrega que “la voluntad débil es también origen de resentimientos”,
pues “al no alcanzar lo que desearía, la voluntad influye sobre el
entendimiento para que éste deforme la realidad y quite valor a aquello que no
ha podido conseguir”.
Ante una corrección muchas veces nos
podemos sentir descalificados, devaluados o menospreciados. En suma, nos
podemos sentir muy poca cosa. Y estos sentimientos son los que debemos de
trabajar, meditando por qué nos va mal en las relaciones humanas. A veces no se
aceptan las propias circunstancias o limitaciones. Nos falta aceptarlas y
aceptarnos con amor.
El resentimiento, dice Ugarte, “es
quizás el peor enemigo de la felicidad porque impide enfocar la vida
positivamente y aleja a la persona del bien que le corresponde como ser humano”
(p. 21). Y continúa: “La tendencia a girar en torno a sí, a convertir el propio
yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las
acciones se llama egocentrismo y
es el principal aliado del resentimiento”.
Lo determinante en el resentimiento
no radica en la ofensa, sino en la respuesta personal. Hay que pensar, ¿qué
motivos tuvo mi agresor para agredir? Generalmente, la gente no quiere lastimar
a otros. Nos lastiman porque tenemos la susceptibilidad a flor de piel.
Cuando una persona ya está resentida,
se obsesiona con una idea o pensamiento negativo. Debe uno tratar de cambiarlo
y evitar cavilar. “Un medio especialmente eficaz para evitar el resentimiento
lo constituye la gratitud, entendida como capacidad de reconocer los dones y
beneficios recibidos”, escribe Ugarte. Hay que descubrir todo lo positivo que
hay en nuestra vida y percibirlo como un regalo por el que debemos dar gracias.
La gratitud es lo opuesto al resentimiento. Quien no espera nada ni exige nada
para sí, se alegra por lo que recibe y ordinariamente le parece que es más de
lo que merece.
No se trata de buscar un culpable
sino de encontrar una solución. San Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos
asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (In
Mat homiliae 19,7). Jutta Burgraff dice: Perdonar
es amar intensamente.