El despiste de un monje
P. Fernando Pascual
18-10-2020
Fray Jacinto estaba un poco
triste. El padre abad lo notó en seguida, y quiso acercarse a su compañero para
saber qué había pasado.
“No es nada importante” empezó
a explicar fray Jacinto “aunque me ha provocado pena. Ayer, por los trabajos
que hice fuera del monasterio, se me olvidó por completo rezar las vísperas”.
El padre abad comprendió que
se había tratado simplemente de un despiste. A veces, entre las prisas, la
mente ni siquiera recuerda deberes importantes, y es lo que le había pasado a
fray Jacinto.
“Querido hermano”, comenzó el
padre abad, “lo que experimenta es hermoso. Significa que se ha dado cuenta de
la importancia de la Liturgia de las horas, al mismo tiempo que ha constatado,
nuevamente, lo frágiles que somos.
Porque a veces estamos tan
metidos en mil asuntos que lo importante queda ahí, como algo que tenemos que
hacer, pero que luego olvidamos ante la marea de lo inmediato.
Es cierto que el rezo de las
horas litúrgicas obliga gravemente, bajo pecado. Es cierto también que dejar de
rezar conscientemente, y por motivos banales, el rezo de Laudes o de Vísperas,
puede ser pecado mortal.
Pero no es su caso. Un
despiste lo tenemos todos. Lo que puede enseñarnos una situación así es que necesitamos
ir más a fondo para darnos cuenta de cómo organizamos nuestro día y así conocer
mejor qué lugar ocupan en nuestros corazones las obligaciones del breviario.
Por eso, ante lo que le acaba
de ocurrir, puede ser bueno recordar ante Dios lo que somos como sacerdotes y
religiosos: corazones que rezan en nombre de toda la Iglesia.
La pena que ahora siente será
sana si ayuda a vivir mejor el rezo del Oficio divino. Pero también podría
ayudar a darnos cuenta de que en ocasiones faltamos a deberes de caridad y de
vida religiosa con plena conciencia, y no sentimos tanta pena...
Un descuido es un descuido:
nos ocurre a todos. En cambio, aquello que hacemos conscientemente, aunque sea
pequeño, hiere nuestro interior, sobre todo cuando actuamos contra el amor que
necesitan nuestros hermanos”.
Fray Jacinto asentía. La paz
entraba de nuevo a su corazón. Un hecho como este servía como ayuda para poner
más atención en las tareas que realizaba cada día, y para preguntarse si sentía
un dolor similar al que ahora dominaba en su alma cuando hablaba mal de otros o
se quejaba ante las contradicciones que iban surgiendo continuamente.
Hoy fray Jacinto iba a poner
un especial cariño en el rezo de la Liturgia de las horas. Sobre todo, iba a
poner más atención a la hora de ayudar a otros, de realizar sus tareas
cotidianas, y de ofrecer todo lo que le ocurría como una continua alabanza a
Dios.