Amar y servir a la Iglesia
Rebeca Reynaud
Los laicos podemos ser un instrumento
para servir a la Iglesia y a las almas, y para contribuir a la paz y a la
felicidad de todas las criaturas. Y esto nos lleva a no permanecer insensibles
ante la irreligiosidad o la indiferencia de algunos.
Para un católico, las noticias sobre la
Iglesia son informaciones sobre la propia familia sobrenatural. Muchas veces
constituirán ocasión para dar gracias a Dios por los dones con que Él enriquece
constantemente a su Iglesia; en otras ocasiones, serán llamadas a desagraviar
por las heridas que se infringen al Cuerpo Místico de Cristo.
Sobre la figura
del Papa, Jesús advirtió que el Papa sería cribado como el trigo. Jesús le
dijo a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca” (Lc 22,31). La Iglesia ha pasado por muchas pruebas. La
Iglesia sufre una crisis enorme, quizás por falta de oración verdadera.
Un teólogo norteamericano, Brand Pitre,
afirma que la pregunta es: ¿Jesús pretendió fundar una Iglesia? Es asombroso
como algunos han aprendido en los seminarios, en la clase de Eclesiología, que
Cristo no pretendió fundar una Iglesia. Pues bien, la expresión “reino de Dios”
aparece 122 veces en el Nuevo Testamento, la mayoría de ellas en boca de Jesús.
Es el tema principal para él. Habla del reino cristológico, que es Jesús mismo.
El Reino de Dios es triple: es el Cielo; es el reino de Jesús en el alma en gracia
y es la Iglesia.
El Reino de Dios ya está aquí pero no
en plenitud. ¿Por qué Jesús no definió nunca el Reino de Dios? Hay algo que
falta en este planteamiento, y ese “algo” es la referencia al Antiguo
Testamento.
Las llaves
En Mateo 16, 13-19 Jesús dice una sola
vez. “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? (…). Pedro le dice: Tú
eres el Mesías… Jesús responde: Bendito eres…Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi iglesia (qahal), te daré las llaves…”.
Dar “las llaves del Reino”, tiene sus
raíces en el Antiguo Testamento, ya que había un primer ministro que cuidaba
las llaves del palacio del rey. En Mateo 16, 19-20 Jesús alude a Isaías 22,
15-22. Este paralelismo es fascinante. Isaías habla de un ministro llamado Sobná, que tenía el poder de abrir y cerrar por el poder
delegado por el rey, pero será sustituido por Eliaquim
pues no ha sido un buen ministro o administrador. “Él será como padre de los
habitantes de Jerusalén” (v. 21). Ahora este otro “abrirá, y nadie cerrará;
cerrará, y nadie abrirá” (v. 22).
Este prefecto de los sacerdotes se
encargaba de las puertas del Templo. Él decidía cuando se abrían o se cerraban
las puertas. Jesús le dice a Pedro: “Las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella”. Y añade: “Lo que ates en la tierra será atado en el cielo y lo
que desates en la tierra será desatado en el cielo” (Mt 16, 18s). Los Apóstoles
lo entendieron bien pues estaban familiarizados con el Antiguo Testamento. En
la Iglesia se cumplen las promesas.
Otra referencia al Antiguo Testamento
viene precisamente en el capítulo 2 del libro de Daniel. Jesús nunca lo define
porque sabe que su auditorio tiene conocimiento del Libro del profeta Daniel.
En el capítulo 2 de Daniel se narra que el rey Nabucodonosor tiene un sueño
perturbador. Llama a los encantadores, astrólogos, adivinos y magos y les
demanda que le digan qué soñó y su interpretación, y, por cierto, si no lo
hacen, lo va a mandar matar a ellos y a sus familias. Ellos responden: “Nadie
puede saberlo salvo los dioses”, y se marchan preocupados. Daniel hace oración
y le pide a Dios conocer el misterio de ese sueño. Dios se lo revela y se
presenta ante el rey para decirle que sabe su sueño y puede descifrarlo. En las
visiones de Daniel aparece una estatua de diversos metales:
La cabeza de oro representa al Imperio
de Babilonia (605-530 A.C.)
El pecho y brazos de plata representan
al Imperio Medo-Persa (539-331)
El Vientre y los muslos de bronce
representan al Imperio Griego (331-168)
Pies de hierro y barro, al Imperio
Romano. (168 a.C.-476 d.C.)
La imagen del Reino de Dios se ve como
una pequeña roca no cortada por mano humana. Esa roca le pega a la estatua y
ésta se rompe en añicos, mientras que la roca crece y se hace grande. El Reino
es terrestre y celeste. Cristo predica el Reino de que habla Daniel.
Cuando Jesús habla de la viña, se
refiere a Israel, a la Iglesia y al Reino de Dios. Para comprender esta idea
con más profundidad podemos leer Mateo 21, 33-43; Isaías 5, 1-7; Salmo 80, 9;
Filipenses 4, 6-9.
George Weigel
explica que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI salvaron la recepción del
Concilio Vaticano II, pues había gente que lo estaba destruyendo, porque en la
interpretación decían que había ruptura, que se trataba de “borrón y cuenta
nueva” y no tomaban en cuenta la Tradición, y con esos dos Papas se vio que en
realidad se quiso la continuidad con lo anterior.