La tentación del mejorismo

P. Fernando Pascual

30-9-2020

 

Queremos mejorar las cosas: la limpieza, el orden, la dieta, la condición física, el sistema de trabajo, las relaciones, el funcionamiento del gobierno.

 

Pero a veces el deseo de mejorar está herido de muerte, porque se construye desde el egoísmo, o porque acepta la terrible máxima según la cual el fin justificaría los medios.

 

Eso ocurre, por ejemplo, cuando para mejorar el estado de ánimo uno opta por beber o entregarse desordenadamente a videojuegos, mientras se descuidan los deberes familiares y sociales.

 

O cuando, con la excusa de que todos lo hacen, un funcionario acepta un soborno, desde luego con la “buena” intención de comprar una mejor cocina para la casa.

 

O cuando un político piensa que su país irá mejor si su partido ganas las elecciones y lanza toda una campaña llena de calumnias contra candidatos de otros partidos.

 

O cuando en un grupo religioso, que debería estar orientado al encuentro con Dios y a la ayuda de los necesitados, todo gira en torno al carrerismo y al deseo de brillar ante los otros.

 

En el fondo, el primer pecado de la humanidad, tal y como lo narra el libro del Génesis, era mejorismo: Adán y Eva buscaban ser como dioses, conocer más, vivir de modo autónomo...

 

Frente a la tentación del mejorismo, el Evangelio nos enseña el camino de la humildad, de la mansedumbre, de la justicia, del servicio, de la renuncia a las propias ambiciones para confiar plenamente en el Padre.

 

Cada día nuestra mente y nuestro corazón puede encontrarse ante dos opciones diferentes: la del mejorismo, que busca mejoras a través del uso de medios nada éticos; o la de la auténtica mejora humana, que consiste en crecer en el amor y entregarse plenamente a Dios y a los hermanos, aunque a veces parezca que no ganamos nada...