La memoria democrática”: un paso más en  la descristianización de España.

 

Ángel Gutiérrez Sanz.

 

La Iglesia española está viviendo actualmente un momento delicado por lo que respecta a sus relaciones con el Estado. El gobernante de turno, Pedro Sánchez, está dando muestras de que ya no se conforma con la independencia de poderes civil y  eclesiástico; digamos que eso de “ al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, le suena a música celestial. España es suya y suyo es todo cuanto está dentro del territorio español. Bajo su jurisdicción quedarían adscritos los lugares sagrados, sin el menor respeto al concordato que el Estado Español tiene firmado  con la Santa Sede. El Sr. Sánchez se ha convertido en Cesar de lo religioso y seguramente sin saberlo ha vuelto a los tiempos del papocesarismo.  Eso es al menos lo que se desprende del anteproyecto de la ley de “Memoria Histórica”   aprobado ya en el Consejo de Ministros, en virtud del cual quedará extinguida  la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, desapareciendo todo vestigio religioso asociado a esta fundación,  incluida la Comunidad Benedictina,  y dejando  sin efecto, así por las buenas, toda la legislación concerniente a este sagrado complejo, lo que le permitiría disponer a su antojo de la magnífica basílica, darle el uso que crea conveniente  y colocarla bajo la jurisdicción de alguien que considere dócil y leal acólito suyo, eso si no acaba desacralizada y destinada a indecorosos menesteres .

En todo este tinglado se supone que algo les va a los jerarcas que están al frente de  Iglesia Española.   De momento el presidente  de la Conferencia Episcopal Mons. Omella ha abierto la boca para decir  que  “los obispos estamos dispuestos a ayudar”, en tanto que al arzobispo de Madrid Mons. Osoro  se le ve muy esperanzado con  este asunto, sin que le perturbe el sueño lo más mínimo, al contrario. No parece pues que vaya a haber un enfrentamiento por parte de la jerarquía eclesiástica española contra una ley sectaria, injusta, inicua, totalitaria, revanchista y discriminativa, que  con toda seguridad va ser motivo de un mayor enfrentamiento del que actualmente existe entre los españoles.  A lo que parece todo va de guante blanco: oír, ver y callar, nada de incomodar al Cesar. Esta es mi opinión. ¡Ojalá me equivoque!,  pero mucho me temo que los obispos van a seguir en la línea a la que nos tienen acostumbrados.   

Antes de meternos en harina y para evitar suspicacias y malas interpretaciones, creo conveniente aclarar  que en el ámbito eclesial  y religioso una cosa es la obediencia debida a la autoridad legítimamente constituida y otra bien distinta es guardar un cómplice silencio , frente a los errores y meteduras de pata cometidos por los prelados  que ejercen esa misma autoridad. Un claro ejemplo de esto lo tenemos en Santa Catalina de Siena. Pocas personas  fueron tan leales a la Iglesia como lo fue ella, pero cuando llegó el momento, no dudó en cantar las cuarenta a su representante en la tierra que por aquel entonces lo era Gregorio XI. Tal comportamiento de la santa dominica debe entenderse como una forma de corrección fraterna de la que nos habla el evangelio. De modo que dentro del sometimiento a las autoridades, cabe la libertad para poder expresar los juicios personales en materias opinables. El  hermano lego que recibe la orden  tajante del superior de barrer la escalera comenzando por abajo, no hace mal obedeciendo dicho mandato, pero tiene todo el derecho del mundo y no sé si también el deber,  de intentar que caiga  del burro el insensato que  le ordenó semejante disparate.

Después de haber sido testigos del bochornoso espectáculo de la exhumación de Franco, que los obispos españoles asumieron sin pestañear, ahora como era de prever, nos viene la segunda parte  con  la inminente  desacralización de la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos  y seguramente la reconversión en obelisco o tal vez voladura, de la prodigiosa cruz, símbolo de reconciliación entre todos los españoles, al menos, así parecen darlo a entender las palabras de la  Vicepresidenta Primera,  al manifestar que el gobierno está “reflexionando” sobre el destino final de este sagrado  y emblemático monumento y si esto lo dice la Sra. Calvo, qué no estará pensando el vicepresidente segundo Sr. Iglesias. Yo me pregunto, desaparecida la Cruz de los Caídos, símbolo de la reconciliación  nacional,  ¿cual habrá de ser a partir de ahora, señores obispos, el signo de confraternización entre todos los españoles? ¿ Acaso la hoz y el martillo?  ¿Acaso el compás y la esfera?

El pueblo cristiano está alarmado  y en previsión por lo que pueda suceder, ha preparado una carta con destino a la Conferencia Episcopal Española y al Nuncio de su Santidad en España,  avalada por numerosas firmas, para que se involucren en  el asunto y den testimonio leal de su celo apostólico, oponiéndose a semejante tropelía,  porque de lo que se trata no es ya de que la Iglesia renuncie a los  derechos derivados del poder indirecto que le asiste sobre el Estado, tal  como recoge el magisterio eclesial, refrendado insistentemente por León XIII, Pio X, Benedicto XV,  Pio XI, etc. y que tan brillantemente  fue expuesto y defendido por el filósofo neoescolástico , el francés J. Maritain, fundamentado su argumentación en que el bien espiritual de los ciudadanos y las naciones está por encima del bien material. No, no se trata ya solo de renunciar a un derecho  y condescender en una mera cuestión de competencia entre Iglesia y  Estado,  es algo más. De lo que se trata es  de una invasión descarada del poder político  sobre un territorio  vedado, con el presunto propósito de subvertir el orden e ir haciendo desaparecer progresivamente la religiosidad de nuestra nación, como ya lo intentara de forma violenta  la  segunda república, allá por el 36, sembrando de mártires la geografía española. Hemos podido ver en estos últimos años, cómo el poder político ha ido arrinconando a los católicos, hasta confinarlos en la sacristía, con el pretexto de que la religiosidad es un asunto privado y ahora se está dando un paso más, desalojando a los frailes de su convento y  sacando a los muertos del lugar sagrado de eterno reposo,  todo esto, dicho sea de paso, con el desagrado bastante generalizado de españoles pertenecientes a diferentes ideologías.   

 Dando por hecho que el anteproyecto  de la ley de  “memoria democrática” será aprobado cuando llegue al Parlamento, es por lo que habrá que pensar que ha llegado el momento de que la Iglesia Española, consciente de lo que está en juego, se decida  a plantar cara y comience a movilizarse. Así lo entiende una gran masa de católicos, así lo entiende también  la Comunidad Benedictina capitaneada por su abad Santiago Cantera, dispuestos a llegar hasta donde haga falta.

Nadie medianamente avispado duda que existe un gran complot para poner fin a la civilización cristiana, tal y como ya hace algún tiempo lo había ideado el filósofo alemán  F. Nietzsche, por lo que es preciso estar dispuestos a defender nuestros valores. Si no  se hace nada y permitimos que el “Odium Dei” vaya extendiéndose, llegará un momento en que de la  forma más natural del mundo los enemigos de Dios sean quienes  acaben decidiendo el futuro de la iglesia y nos digan a los cristianos qué es lo que tenemos que hacer en cada momento. Con la mejor intención del mundo los cristianos les hemos venido tendido la mano y lo que han hecho ha sido aprovecharse todo lo que han podido para llevar a cabo sus siniestros propósitos, por eso la Iglesia Española debiera despertar y hacer frente a la amenaza que se le viene encima. Si alguno piensa que son puras especulaciones que eche un vistazo a las estadísticas y vea cómo de forma dramática va desapareciendo  el porcentaje  de católicos en España, que ya se sitúa por debajo del 60 % , cómo disminuyen, los bautizos, las comuniones, los matrimonios católicos y quien sabe si la culpa en gran medida también sea debida a nuestra apatía y al acomodaticio aburguesamiento por nuestra parte,  pues como bien dijera  Edmund Burke  “para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”.   A veces  la cobardía se cubre bajo el ropaje de la falsa prudencia y nos negamos a mover ficha  sin reparar que  en ocasiones no hay mayor insensatez que permanecer con los brazos cruzados en un compás de espera. Lamentables errores  de consecuencias especialmente funestas suelen  venir  del  “dejar hacer a los demás”,  pues lo cierto es  que los  espacios que los cristianos no ocupemos  serán cubiertos por otros.