COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
CUARTO: 4
Padre Arnaldo Bazán
"Entonces
el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del
Templo, y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A
sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu
pie en piedra alguna”. Jesús le dijo: “También está escrito: No tentarás al
Señor tu Dios” (4,5-7).
Sabía el Maligno que los hombres
todos tenemos una tendencia a abandonar a Dios y adorar a otros seres humanos,
al igual que al poder, al dinero, a las cosas.
Por aquel entonces la absoluta
mayoría de los pueblos adoraba dioses falsos. Sólo el pueblo de Israel conocía
y adoraba al único y verdadero Dios. Pero aún los israelitas pecaron muchas
veces de idolatría, yéndose tras ídolos falsos en busca de soluciones a sus problemas.
La Biblia nos dice que Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza (Génesis 1.27). El hombre, sin embargo, se ha
creado, a lo largo del tiempo, muchos dioses a semejanza de sí mismo. Así todo
es posible. No existe el pecado. Cada uno puede escoger el camino que mejor le
parezca.
Hoy en día tal parece como si cada
uno pudiera inventarse su propia religión. Nadie quiere estar atado a preceptos
ni obligaciones. Si no me gusta la verdadera religión, pues me aparto de ella y
me fabrico una a mi propio placer, si es que no encuentro una que ya otro
inventó.
Cuando vemos la adoración que mucha
gente tiene por los ídolos del momento, los atletas más destacados, los
artistas más populares, los hombres considerados atractivos o las mujeres más
hermosas, nos damos cuenta de que la humanidad ha aprendido poco del pasado.
Volvemos a tropezar, una y otra vez, con la misma piedra. ¿Quién es Dios para
mucha gente? Hasta el propio diablo es adorado, porque muchos consideran que
pueden conseguir su poder para hacer lo que quieren.
El verdadero Dios es exigente. El nos pone un primer mandamiento: “Escucha, Israel: Yahveh
nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6,4-5).
Cuando nos amamos a nosotros mismos
más que a Dios, o dedicamos nuestra vida a buscar una felicidad efímera en las
personas o las cosas, nos apartamos irremisiblemente de El.
Y así perdemos toda posibilidad de verdadera felicidad, puesto que ésta sólo se
encuentra en El. Sólo El nos puede dar una salvación
que ya no tendrá nunca fin.
Arnaldo Bazán