EL PROBLEMA
DEL MAL
Padre Arnaldo Bazán
No es raro oír a mucha gente
hablando de sus dificultades para entender la presencia de Dios en el mundo y,
al mismo tiempo, la existencia del mal. La pregunta es: "¿Cómo, si Dios es
todo amor y misericordia, permite que ocurran tantas cosas malas?"
No voy a negar que la respuesta
resulta difícil, pues cuando se hace suele haber un estado anímico que impide
ver la realidad y se tiende a atribuir a Dios una responsabilidad que,
serenamente, sería injusto achacarle.
Me refiero, por ejemplo, al caso de
los padres a quienes avisan que su hijo yace destrozado debajo de un automóvil,
o la esposa cuyo cónyuge muere electrocutado mientras hacia
un arreglo en el hogar.
¿Tiene la culpa Dios de que hechos
así ocurran? Todos esos riesgos, ¿no forman parte de la vida misma?
Una cosa es cierta: Para comprender
el papel de Dios en la vida de los hombres necesitamos la ayuda de la fe. Si
tenemos una idea equivocada de Dios, entonces las conclusiones serán
necesariamente erradas.
EL VALOR
DE LA VIDA
Por de pronto no podemos olvidar
que la presencia de Dios supone en el ser humano una existencia que se inicia
en la tierra pero se extiende, proyecta y sublimiza mas
allá de la muerte.
Desde esta perspectiva, las cosas
adquieren un valor totalmente diferente, y lo que pudiéramos catalogar como
desgracia podría resultar una manera extraña de Dios para mostrarnos su amor.
La enfermedad, por ejemplo, suele
ser considerada como un mal, y de suyo lo es. Pero, ¿qué duda cabe que para
muchas personas el sufrimiento físico ha tenido un valor redentor de primer
orden? Quizás, si no hubieran encontrado a Dios en la enfermedad y el dolor,
habrían continuado llevando una vida sin sentido, buscando sólo el placer
egoísta que les conduciría a la ruina total: la perdición eterna.
La visión de Dios, por ser
infinita, abarca todos los aspectos y permite dar a cada cosa su justo valor.
El creyente sabe que todo lo terreno debe estar supeditado al más importante
negocio que tenemos entre manos: la eterna salvación.
DIOS
HIZO AL SER HUMANO
RESPONSABLE DE SUS ACTOS
De todos modos, la acción misma del
hombre es la que ha introducido el mal en el mundo, pues es la consecuencia
directa del pecado.
Así lo dice la Escritura:
"Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó
para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas
veneno de muerte ni el abismo impera en la tierra" (Sabiduría 1,13-14).
Y un poco más adelante: "Dios
creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la
muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán
por ella" (Sabiduría 2,23-24).
Si analizamos la historia del
género humano podríamos darnos cuenta que han sido innumerables las muertes
violentas. Las guerras han ocasionado millones de víctimas y los asesinatos
motivados por envidias, celos, egoísmos o el simple placer de matar, son
incontables.
El mismo hombre se ha procurado su
perdición física y mental fomentando toda clase de abusos en todos los
sentidos, desde la comida y la bebida hasta las orgías de drogas, sexo y
violencia que son tan comunes en nuestros días.
La gran mayoría de los accidentes
fatales que ocurren son producto de la imprudencia y el vértigo de la
velocidad, combinados, frecuentemente, con la ingerencia
de bebidas alcohólicas o el suministro de estupefacientes.
En los hospitales encontramos
muchas personas que no tendrían por qué haber ingresado jamás si no fuera
porque ellas mismas se empeñaron en destruir su salud. Por más que se indique
que el fumar es dañino, son cientos de millones los seres humanos que prefieren
el placer que aparentemente reciben aunque, a sabiendas, pongan en peligro sus
vidas.
ES
MÁS FÁCIL ACUSAR A DIOS
Y, después de eso, somos capaces de
echar la culpa a Dios, que ha creado cuerpos maravillosos que nos encargamos de
mutilar, intoxicar, afear y destruir.
¿No hemos inventado hasta deportes
que nos permiten gozar con la ferocidad de hombres o mujeres, dándose golpes
sin compasión?
No existe en el mundo un ser más
destructor que el propio hombre, quien supera en ferocidad a todos los
animales, ya que casi no aparece ninguno de ellos capaz de matar a uno de sus
semejantes.
Y eso que hasta ahora no he tocado
el problema del hambre, que cada día mata a varios miles, incluyendo muchos
niños inocentes. Ni he hablado de los que sufren injustamente encarcelados, a
veces torturados con inhumano sadismo. Ni de los que son perseguidos a causa de
sus ideas.
Dos terceras partes del género
humano llevan una vida miserable, sin comer lo suficiente, sin una casa digna,
sin posibilidad de satisfacer sus necesidades más perentorias. ¿De quién es la
culpa? ¿De un Dios que ha hecho el mundo para todos y ha dado al hombre la
necesaria inteligencia para desarrollarlo más y más en beneficio de todos los
que lo habitan?
¿Quién, sino el hombre, es capaz de
segar la fuente de la vida, matando seres inocentes en el vientre de sus
madres, al mismo tiempo que convierte en desierto lo que antes era un vergel?
DIOS
NO TIENE LA CULPA
El mal existe, pero no por culpa de
Dios, sino a pesar de Él. Aunque Creador Todopoderoso ha querido, sin embargo,
compartir la responsabilidad con su criatura más amada, que no siempre ha
estado a la altura de la gran dignidad que se le ha confiado.
El hombre es el directo responsable
de la mayoría de los males que padece. Al abandonar el plan de Dios se
traiciona a sí mismo y se hace daño. En el pecado lleva la penitencia.
Con todo, hay que reconocer,
siempre desde la óptica de Dios, que el dolor tiene un valor de redención que
ahora no somos capaces de captar.
Esto queda demostrado por el hecho
de que, cuando envía a su Hijo a redimir al hombre de la postración en que se
encontraba, lo conduce por el camino del sufrimiento, "obediente hasta la
muerte y muerte de cruz" (Filipenses 2,8).
En esta vida, ciertamente, hemos de
aceptar los inconvenientes de nuestra actual limitación. Hay enfermedades y
existe la muerte. Pero, dice Pablo: "En verdad, me parece que lo que
sufrimos en la vida presente no se puede comparar con la gloria que se
manifestara después en nosotros" (Romanos 8,18).
Nuestro paso por la tierra tiene
que ser, para los incrédulos, una absurda aventura sin sentido alguno. El
dolor, la enfermedad, la muerte, son terribles desgracias que debemos aceptar
porque no nos queda otro remedio.
FUIMOS
CREADOS PARA LA ETERNIDAD
Para el creyente, todo tendrá un
día su explicación, pues esperamos alcanzar una felicidad sin límites, como
está anunciado en el Apocalipsis: "Oí una voz que clamaba desde el trono:
"Esta es la morada de Dios entre los hombres; fijará desde ahora su morada
en medio de ellos y ellos serán su pueblo y el mismo será Dios - con - ellos.
Enjugara toda lagrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni
gemidos, ni penas, porque todo lo anterior ha pasado" (21,2-4).
Pero recordemos que: "En ella
no entrará nada manchado. No, no entrarán los que cometen maldad y mentira,
sino solamente los que están escritos en el Libro de la Vida del Cordero"
(21,27).
Esto es lo único que explica los
sufrimientos del presente y da sentido y esperanza frente a las vicisitudes de
nuestro diario vivir en la tierra.
Arnaldo Bazán