Los Salmos ante las pruebas
P. Fernando Pascual
31-8-2020
Como ha sido observado, hay
numerosos Salmos que son una queja, un grito, una súplica dirigida a Dios
frente a las persecuciones y agresiones de los hombres. Muchos de ellos
incluyen la acción de gracias por la ayuda recibida.
“Yahveh, ¡cuán numerosos son
mis adversarios, cuántos los que se alzan contra mí!” (Sal 3,2)
“Por el orgullo del impío es
perseguido el desdichado, queda preso en la trampa que le ha urdido” (Sal
10,2).
“He aquí que los impíos tensan
su arco, ajustan a la cuerda su saeta, para tirar en la sombra a los de recto
corazón” (Sal 11,2).
“¿Hasta cuándo tendré congojas
en mi alma, en mi corazón angustia, día y noche? ¿Hasta cuándo triunfará sobre
mí mi enemigo?” (Sal 13,3).
“Avanzan contra mí, ya me
cercan, me clavan sus ojos para tirarme al suelo. Son como el león ávido de
presa, o el leoncillo agazapado en su guarida” (Sal 17,11‑12).
“Tú me libras de mis enemigos,
me exaltas sobre mis agresores, del hombre violento me salvas” (Sal
18,49).
“Cuando se acercan contra mí
los malhechores a devorar mi carne, son ellos, mis adversarios y enemigos, los
que tropiezan y sucumben” (Sal 27,2).
“Ataca, Yahveh, a los que me
atacan, combate a quienes me combaten” (Sal 35,1).
En otros Salmos destaca la
pena y confusión de quien ha pecado, de quien se descubre culpable y toma
conciencia de merecer un castigo, o reconoce la belleza del perdón divino.
“Yahveh, no me corrijas en tu
cólera, en tu furor no me castigues” (Sal 6,2).
“Pero ¿quién se da cuenta de
sus yerros? De las faltas ocultas límpiame” (Sal 19,13).
“¡Dichoso el que es perdonado
de su culpa, y le queda cubierto su pecado! Dichoso el hombre a quien Yahveh no
le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude” (Sal 32,1‑2).
“Mis culpas sobrepasan mi
cabeza, como un peso harto grave para mí; mis llagas son hedor y putridez,
debido a mi locura” (Sal 38,5‑6).
“Pues mi delito yo lo
reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he
pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal 51,5‑6).
La lista podría ser mucho más
larga. Sirve para reconocer esa doble experiencia humana: la de quien se siente
perseguido y amenazado, y la de quien sufre a causa de sus propios pecados e
injusticias.
Frente a tantos males, los
Salmos reconocen continuamente la acción salvadora de un Dios cercano. Y
sabemos que esa salvación se hizo completa con la Pascua de Cristo.
Esa fue la predicación del
Maestro en su vida pública. Esa fue la convicción de los discípulos, como
leemos en los Hechos de los apóstoles y en los demás escritos del Nuevo
Testamento.
Esa es, sobre todo, la
experiencia que cada uno podemos hacer: basta con recibir a Jesús en nuestro
corazón para que se haga realidad la salvación completa.
“Jesús le dijo: «Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues
el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»” (Lc 19,9‑10).