Fuertes en la Esperanza
Martha Morales
Benedicto XVI, explica: Si hay una gran
esperanza, se puede perseverar en la sobriedad. Si falta la verdadera
esperanza, se busca la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo, en los
excesos, y los hombres entonces se arruinan a sí mismos y al mundo. La moderación
no es sólo una regla ascética sino un camino de salvación.
Hay dos extremos en la esperanza: Un extremo
se da cuando hay exceso de confianza y se piensa: “Como Dios es bueno, me
salvará y me hará santo sin que yo ponga esfuerzo de mi parte”. El abuso de
confianza se transforma en el pecado de tentar a Dios. Pedro pensó que se
bastaba él solo para ser fiel a Dios, contaba sólo con sus fuerzas y fue
derrotado, negó a Dios. Somos débiles, frágiles, y sólo tenemos fuerzas cuando
nos apoyamos en la fortaleza de Dios. Es esencial el propio conocimiento para
luchar y vencer con la gracia. Cuando confiamos en nosotros mismos, en el
primer oleaje del mar, nos hundimos.
Hay que conocer nuestra miseria pero, a la
vez, mirar a Dios que nos ama, y en quien podemos depositar nuestra confianza
para construir nuestra casa sobre roca (Mateo 7,24-27). San Pablo sabía que era
nada pero que en Dios todo lo podía, “todo lo puedo en aquél que me conforta”,
decía.
Se aproximan días de dolores mayores a los
actuales, pero si confiamos en Dios, la angustia, la persecución y el hambre no
podrán separarnos de Él. Hemos de poner nuestra esperanza en el cumplimiento de
las promesas de Dios.
El otro extremo es no confiar en Dios, en
desconfiar de su amor y su poder. Más bien tendríamos que desconfiar de
nosotros mismos. Jesús no es un Dios de falsas promesas, cumple lo que promete,
por eso dice el Salmo 31: “En ti, Señor, he esperado, y no seré jamás
defraudado”. Si nos mantenemos humildes y sumisos a la Voluntad de Dios, la ayuda
divina no faltará.
Ayuda mucho pensar en lo que recomienda San
Pablo: Los cristianos, “en
medio de las adversidades de esta vida, hallan fortaleza en la esperanza
pensando que los padecimientos del tiempo presente son nada en comparación con
la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (cfr. Rom, 8,18).
San Juan Pablo II pronunció una frase sabia:
“Nacimos para ser felices, no para ser perfectos”; pero a veces no pensamos en
esto sino en brillar con luz propia, en viajar y en tener dinero. El mundo se
mueve por títulos, por documentos, por política y por dinero, pero penetrar en
el Misterio del Hijo de Dios, no se compra sino se gana, y quienes deseen ganar
esa relación deben tomar su cruz y hacerse expertos
en Amor.
Joseph Ratzinger nos centra sobre el objetivo
de la esperanza. Escribe: “Un mundo futuro mejor no es asunto de la esperanza,
la meta de la esperanza es la vida eterna”.
Abraham fue agradable a Dios, porque creyó y
esperó contra toda esperanza. Nosotros también esperamos contra toda esperanza.
Esperamos que este matrimonio se va a arreglar; que vamos a encontrar sentido a
esta contrariedad...
San Juan Bosco decía: Las grandes cosas ocurren en el
corazón del hombre.
En sus Confesiones San
Agustín dice que el hombre es “un gran enigma” (magna
quaestio) y “un gran abismo” (grande profundum),
enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. Esto es importante: quien está
lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo
puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra
llegar a su verdadero yo, a su identidad.
Santa Teresa de Jesús escribe: Espera, espera, que no sabes cuándo
vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad,
aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que
mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te
gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (excl.
15,3).
¿Qué espero? ¿Tengo un motivo para vivir?
Quizás deseo la conversión y salvación de muchos. Tal vez espero consolar a
Dios, y eso tiene mucho sentido. También espero la felicidad completa que está
en el Cielo, donde no hay lágrimas, ni muerte, ni llanto ni fatigas, porque el
mundo viejo habrá pasado (Ap 21,4).
¿Por
qué tener esperanza? El Papa Juan Pablo I contestó: Porque nos
adherimos de tres verdades: “Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente,
Dios es fiel a sus promesas. Y es El, el Dios de la misericordia, quien
enciende en mí la confianza; gracias a Él no me siento solo, ni inútil, ni
abandonado, sino envuelto en un destino de salvación, que desembocará un día en
el Paraíso” (Joaquín Navarro-Vals, Fumata
Blanca, Rialp Bolsillo, Madrid 1978, p. 107).
Hay
que aprovechar estos días de paz para prepararnos para la gran batalla
espiritual que se avecina.