A PROPÓSITO DEL ABORTO

Padre Arnaldo Bazán

 

Cuando hablamos del aborto muchas veces nos olvidamos de los principios fundamentales y nos dedicamos a discutir sobre cuestiones periféricas.

El punto principal que debemos tener en cuenta es si “ese” que está en el vientre de una mujer “es” una persona humana o no, “es alguien” o no.

Muchos defensores del aborto se olvidan completamente de que alrededor de nueve meses de su propia historia lo pasaron dentro del vientre de sus madres, y que de ello dependió, necesariamente, que hoy estén vivos. Esos meses son, pues, parte “esencial” de la vida de cada persona. Uno comienza a existir desde el momento en que el espermatozoide se une con el óvulo para formar lo que técnicamente se llama “cigoto”, o sea, el huevo fecundado.

¿Por qué? Pues muy sencillo. Toda vida humana tiene que comenzar en algún momento, y es imposible decir que este principio tiene lugar en el nacimiento, pues hace mucho rato que esa persona ha estado viviendo, en forma todavía incompleta e imperfecta, pero viviendo al fin.

No hay razón alguna que permita negar que en ese maravilloso momento en que se unen espermatozoide y óvulo no se está produciendo un suceso definitivo en la vida de una persona. En ese preciso instante se deciden demasiadas cosas, como el sexo y el código genético que ha de influir en la personalidad de quien se irá desarrollando no sólo dentro del útero materno, sino también mucho después de nacido.

Ahí tenemos, por ejemplo, el caso del cerebro. Es sabido que este órgano tan fundamental no está totalmente formado al momento del nacimiento.

Necesitaría todavía de varios años para completar el proceso que lo hará capaz de ejercitar todas las funciones que de él se requieren.

Lo mismo pasa con otros órganos, como los sexuales, que durante años van a estar en una especie de “hivernación”, esperando que llegue el momento oportuno para completar su desarrollo y poder funcionar.

Digamos lo mismo de la mente humana. Comienza, indiscutiblemente, a formarse en los primeros meses de vida uterina, pero ese proceso continuará por largos años, hasta que se alcance un nivel de estabilidad y madurez. Podríamos decir que, en cierta forma, la mente nunca termina de completar su desarrollo, pues siempre tendrá capacidad para rendir mayores y mejores frutos.

LA ESTIMA POR LA VIDA

Lo que hay dentro del vientre de una madre es un “ser en desarrollo”. Esto mismo podríamos decir de todo niño pequeño, pues eso es lo que hay en realidad dentro del útero materno. Quien diga que un embrión o un feto humano es algo sin importancia, está negándose a sí mismo, pues necesariamente tuvo que pasar por ese proceso.

El problema del aborto es, para decirlo claro, una consecuencia de la pérdida de estima por la vida humana, que ha ido acentuándose con los años, después que parecía que la humanidad había logrado superar tantos milenios de barbarie y había llegado a una etapa de verdadera “civilización”.

Esto es, en muchos aspectos, puro cuento. Muy cierto que hoy contamos con adelantos científicos de primer orden, con descubrimientos asombrosos y con una tecnología que ha revolucionado hasta los últimos rincones de la casa. Pero, ¿que es todo eso si no logramos encauzar tantas maravillas para hacer que los seres humanos colaboremos en crear un mundo más humano, donde todos nos sintamos solidarios unos de los otros?

La vida humana hoy parece valer cada vez menos. Los crímenes se suceden a más de uno por segundo, sin contar los muchos que mueren en los campos de batalla de mil guerras no declaradas por casi todas partes del globo terráqueo.

Es muy comprensible que los culpables de la aparición de una vida, que consideran como una desgracia que se presenta ante sus ojos, ya que es el testimonio de un adulterio o de una festinada forma de realizar la unión sexual, vean en su desaparición una solucion aceptable.

El mundo moderno contempla ya, sin escrúpulo alguno, como a los presuntos enemigos se les aniquila. Si al feto se le mira como a un “enemigo” que va a traer problemas, pues se le hace desaparecer como la cosa más natural del mundo.

No creo andar errado al pensar que la gran mayoría de los abortos se realizan por esta razón.

EGOÍSMO E IRRESPONSABILIDAD

Es triste que este “nuevo ser”, que ha comenzado a existir por la acción de terceros, tenga que sufrir las consecuencias de algo en lo que no tiene responsabilidad alguna.

Pero el asunto es que, por regla general, los mismos a quienes no les importó para nada la posibilidad de su concepción, son los que luego traman su asesinato y le impiden llegar a realizarse plenamente como persona.

La mentalidad abortista, pues, es parte de una forma de concebir el mundo. Es una mentalidad en la que Dios no encuentra un lugar. Y si Dios no lo tiene, ¿cómo lo va a tener alguien que no tiene fuerza para defenderse?

Esa es otra parte del problema, pues el aborto es un abuso en contra de seres indefensos, que sólo cuentan para su desarrollo con los mismos que están planeando su muerte: los que han hecho posible su existencia por un acto de absoluta irresponsabilidad.

Todos los argumentos que se usan para desacreditar al feto y hacerlo aparecer como una “cosa sin importancia”, un “engendro”, un “montón de nervios y células”, y lindezas por el estilo, son simplemente formas de excusar lo inexcusable. El asunto es lavarse las manos y declararse inocentes de una sangre que es derramada, cada día, con la complicidad de hombres y mujeres que han hecho - o debieron de haber hecho -, un compromiso de ponerse exclusivamente al servicio de la vida.

Así vemos cómo se conjugan, por un lado, los intereses de los que no quieren hacerse responsables, sea porque no están casados, o porque son adúlteros, o porque estando casados no quieren pasar apuros con quien consideran un indeseable, un intruso que se presenta a complicar las cosas.

Por el otro, la ambición de los que, por ganar dinero, ponen lo que han aprendido para salvar vidas, al servicio de los que quieren destruirla.

LA OPRESIÓN DE LOS DÉBILES

Se habla mucho de los derechos de la mujer. Nadie los discute cuando éstos no entran en conflicto con los de otra persona, no importa que se trate de un demente, de un niño de pocos meses, o de esa personita que se está desarrollando en el seno materno.

Los derechos humanos son propios de toda persona humana, y en el momento en que negamos que estos comienzan desde que “ya somos” en el útero de nuestra madre, tenemos vía libre para hacer lo que nos venga en ganas.

Pero esos mismos han sido los argumentos usados, desde siglos, para oprimir a la mujer, para desconocer los derechos de los desvalidos, para esclavizar a los indios y a los negros, para mantener una situación de constante injusticia que permite a unos pocos privilegiados ser dueños de la situación en muchos países.

Todo gira alrededor de lo mismo: los derechos de la persona. Y no olvidemos que tuvo que existir una “Revolución Francesa” que se produjo en 1789, para que se proclamasen de manera solemne y pública, por primera vez. Es cierto que antes se admitían, pero eran pocos los que se atrevían a defenderlos públicamente, pues se temía provocar un caos social, ya que la humanidad había aceptado, por la fuerza que ejercían los más poderosos, que había “unos” que tenían mas derechos que “los otros”.

Es indicutible que en este nuestro mundo son muchos los que sólo creen en sus propios derechos. No están tan lejanos los días que, en el país considerado paradigma de la democracia, los ciudadanos negros eran tratados como seres de rango inferior.

En Sudáfrica un minoría blanca se creyó tan superior que mantuvo a la mayoría negra apartada de los derechos más fundamentales hasta casi los finales del siglo XX.

Y en casi todos los países “subdesarrollados” lo común es observar que una minoría disfruta de privilegios irritantes, mientras la mayoría tiene que aceptar su situación porque no le queda más remedio.

¿Qué podemos esperar, entonces? Si estamos tan acostumbrados a “tragar ruedas de molino” y aceptar carretas y carretones de injusticias, ¿cómo no vamos a considerar, como una estúpida pretensión, la defensa de los que ni siquiera han nacido?

Pero la defensa de los derechos humanos tiene que ser algo global. Los que sólo creen en sus propios derechos, y desconocen los ajenos, no importa que éstos sean los de los menos hábiles para triunfar en la vida, los niños, los locos o los no nacidos, estamos ante una situación de injusticia fundamental que, al menos desde los principios de la moral cristiana, son inaceptables.

Es muy cierto que, con bastante frecuencia, muchos llamados cristianos se han olvidado de estos principios, y hasta los han acomodado a sus propias conveniencias, pero esto no viene al caso, por cuanto cada vez que esto ha ocurrido se ha cometido una clara transgresión a las leyes de Dios.

VISIÓN CRISTIANA VS. MENTALIDAD PAGANA

Resumiendo, podríamos decir que entender el aborto como un crimen es problema de mentalidad. Si vemos al mundo como un lugar donde sólo tienen derecho a triunfar los más fuertes, de forma que estamos en un campo de batalla en el que la supervivencia propia depende de la habilidad para hacerlo, no importa que para ello tengamos que eliminar a los que nos sirvan de obstáculo, entonces ¡viva el aborto!

Pero si entendemos que el mundo es obra de Dios que tiene un plan amoroso para sus hijos, y que quiere que todos nos tratemos como hermanos, a fin de ganar el derecho a vivir para siempre en su Reino, entonces cada persona cuenta y una vida, desde el momento que comienza a gestarse en el vientre materno, es sagrada.

Aquellos que, entendiendo las cosas a su modo, desafíen este plan y se dediquen a hacer todo lo contrario, deber ser tenidos como delincuentes y criminales, a los que la sociedad no les puede reconocer el derecho a hacer lo que buenamente quieran.

Que nadie se llame a engaño. Los que defienden sólo algunas vidas, tienen un concepto muy limitado de lo que es la persona humana. Los que defendemos la vida de los no nacidos estamos, por lo mismo, comprometidos a defender toda vida como sagrada.

Toda vida humana debe ser sagrada, o de lo contrario estaríamos abriendo el camino a una ley de selección que permitiría a los más favorecidos, a los más fuertes, a los mejores, abatir, destruir, asesinar, abusar y oprimir a su antojo.

La ley de selección natural que se observa en la naturaleza no vale, no puede valer, para que los seres humanos la apliquen a su antojo. Cada vez que esto ocurre se está quebrantando el plan del mismo que creó la Naturaleza y puso en ella sus sabias leyes. Los seres humanos no somos, como los animales, las plantas y los minerales, objetos inconscientes de las leyes, sino sujetos de nuestro propio destino, con un compromiso, deberes y obligaciones de los que tendremos que dar cuentas algún día.

Por tanto, aunque todas las leyes humanas aprueben el aborto, quien lo ocasione, cuando se trata de algo provocado directamente, tendrá que dar cuentas, algun día, al Dios que es Dueño de la Vida.

Arnaldo Bazán