Para escuchar a Dios
P. Fernando Pascual
20-8-2020
“Llevo mucho tiempo
hablándote, pero hoy fue la primera vez que me oíste”. Así habla Jesús a
Mackenzie en la novela “La cabaña” (The Shack),
escrita por Paul Young.
Con esa frase se describe un
drama humano y una esperanza. El drama es la enorme dificultad que tenemos de
escuchar a Dios. La esperanza consiste en la paciencia del Señor, que no se
cansa de hablarnos.
En la novela antes citada,
Jesús explica que no fue tiempo perdido el que empleó hablando mientras no era
escuchado, porque así preparaba, poco a poco, la tierra (el corazón) para que
la semilla diera fruto.
También a mí, Dios me está
hablando de mil maneras. Quizá he empezado a escucharle. Quizá no lo consigo,
porque sigo atrapado en preocupaciones, miedos, planes, recuerdos, que me
impiden oír su voz.
¿Qué es lo que todavía me
inquieta y cierra mis oídos interiores? ¿Qué matorrales impiden a la tierra de
mi alma dejar que la semilla empiece a dar fruto?
Cada uno puede descubrir sus
obstáculos personales, esas barreras que obstaculizan la acción de Dios en su
corazón.
Pero Dios no se cansa de
llamar, de buscar caminos para susurrarnos que nos ama, que somos sus hijos,
que sueña en nosotros, que murió para salvarnos, que nos está preparando un
lugar en los cielos.
El día que ahora vivo tendrá,
como otros días, momentos mejores o peores, ratos de alegría o de aburrimiento,
trabajos absorbentes o distracciones evasivas.
En mi interior, una voz
discreta y amable me invita a descubrir un horizonte magnífico, un Amor eterno,
una luz única, que desvela el verdadero sentido de cada cosa.
Señor, si todavía no te
escucho, si no estoy preparado a acoger tu Palabra, purifícame, despiértame,
ábreme los oídos y el corazón, para que llegue a percibir tu voz amable.
Entonces escucharé eso que
nunca te cansas de decirme y que tanto necesita mi alma: “Con amor eterno Yo te
amé...” (Jer 31,3).